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La gracia de Dios

La tarde discurría plúmbea, entre el aburrimiento y la irritación. La corrida de Victoriano del Rio, inadecuada, por no decir indigna, de la Plaza de Bilbao, que valora el trapío de los toros como ninguna otra. Algunos chispazos de Castella en el primer toro y de Roca Rey en el tercero, fueron el muro de contención de un público al límite de su aguante y a punto de estallar en indignación, harto de ser castigado en exceso con corridas descastadas y sin hechuras.

Salió el sexto y último de la tarde, y aquello ya parecía algo sin remedio. El toro tenía la presentación justa para una plaza de segunda sin pretensiones, pero hete aquí que el ángel del toreo actual desplego sus alas, en forma de capote primero y de muleta después, y comenzó a llover sal sobre Vista Alegre. Fue un estallido de gloria del que era artífice genial un torero nacido en Perú, para orgullo y deleite de la Tauromaquia universal. Era la gracia de Dios que hizo que el toreo, en un cuerpo juncal y unas manos de seda, alcanzara las máximas cotas de su categoría como arte. Ahora sí que se entendía en toda su profundidad aquello de que la de los toros es la Fiesta más culta de todas las fiestas, que dijera Federico García Lorca en un momento de éxtasis del gran poeta, que sentía bullir el toreo en la masa de la sangre.

El toro había dejado de tener importancia y nadie pensaba ya en encornadura, hechuras ni trapío. La faena grande, por su entrega, suavidad, temple, expresión corporal y derroche de inteligencia torera puso a los espectadores en trance. Y cuando Roca Rey se hecho la espada a la cara, volcándose sobre el morrillo del cornúpeta en un estoconazo de libro, con el público en pie y los tendidos como un paisaje nevado, Matías; ese presidente al que a veces hemos acusado de cierto afán de protagonismo, sacó automáticamente los dos pañuelos blancos que le abrían la Puerta Grande al héroe de la tarde, y muy probablemente de toda la feria. ¡Muy bien Matías! Tu sensibilidad de aficionado te ha redimido esta tarde, ante todos los que hemos presenciado el suceso, de cualquier veleidad que hubieras podido cometer en tus veinte años de palco.

Sevilla, Madrid, Pamplona y ahora Bilbao han sido testigos de la catadura de ídolo de Andrés Roca Rey. ¿Lo proclamamos ya el ídem del toreo actual? ¡Y tiene veintiún años!

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La gracia de Dios

Paco Mora

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