Llevaba más de tres meses sin viajar a Cataluña donde tengo mi casa, seis hijos, quince nietos, un bisnieto y la tumba en la que yacen los restos de otro hijo que murió con dos años hace más de cuarenta. Aparte de que allí conservo muchos amigos catalanes de nacimiento unos y de corazón otros. Ello sin obviar los recuerdos de una vida de trabajo en la que jamás me preguntó nadie ni por mi procedencia ni sobre mis ideas políticas. Todo lo cual son razones sobradas para que mi respeto a Cataluña y a los catalanes me impida entrar en el juego de los malditos de uno y otro lado que tratan de dividir a sus semejantes entre buenos y malos, en razón de sus ideas, aficiones o lugar de nacimiento.
