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La huella de Hemingway en Valencia

Ernest Hemingway era uno de esos personajes que dejan su impronta por donde pasan. Así lo hizo en Valencia. Pero también lo hizo la ciudad en él, siendo incluso escenario de algunos de sus relatos. Valencia estaba encantada con el estadounidense y el escritor se quedó prendado de la ciudad. Hace tiempo que su robusta figura no pasea por los tendidos de la plaza de toros de la calle Xàtiva, pero su huella y su recuerdo aún siguen presentes.

Gran aficionado a la fiesta de los toros, siempre que podía, nada más concluir los sanfermines, abandonaba la capital navarra para dirigirse al litoral valenciano. Valencia era otra de sus ciudades favoritas, así lo dejó escrito en sus obras. En París era una fiesta el mismo Hemingway escribía de forma autobiográfica: “Vivíamos con gran economía, gastando sólo lo imprescindible, y ahorrando para poder ir a la Feria de Pamplona en julio y luego a Madrid y a la Feria de Valencia”.

El de Chicago se sentía atraído por la buena climatología, por la gastronomía, el mar y, sobre todo, los toros. Tal y como le contaba a su amigo Waldo Pierce en una carta enviada en 1928: “En Valencia es condenadamente estupendo comer en la playa o en la ciudad un buen melón con una jarra de cerveza muy fría”.

A su llegada a la capital del Turia se hospedaba o en el Hotel Inglés o en el Hotel Reina Victoria, los dos muy céntricos, cercanos a la plaza de toros e inundados siempre de ambiente taurino durante los días de feria. Allí también coincidía con los toreros que participaban en el serial valenciano, con amigos como Antonio Ordóñez o Luis Miguel Dominguín. Fue precisamente en una de esas habitaciones del Hotel Reina Victoria donde comenzó a escribir una de sus primeras obras de peso, la novela Fiesta en 1925.

De hecho, Valencia fue, junto a Pamplona y París, de las ciudades europeas que más le influyeron al periodista estadounidense. En esta ciudad llega a ambientar algunas de sus obras. Célebre es su mención en Fiesta a otro de sus lugares predilectos de la capital valenciana, el Restaurante La Pepica, situado en el Grao de Valencia y en el que aún siguen dando servicio a los visitantes. “La cena en casa de Pepica fue excelente. El restaurante era grande, limpio y al aire libre, y todo lo cocinaban a la vista del cliente. Se podía elegir lo que desearas, asado o a la plancha, y el mejor pescado, y los arroces eran los mejores de la playa. Estábamos de buen humor y hambrientos, y comimos bien. Pepica es un negocio familiar y todo el mundo se conocía. Se oía romper las olas y las luces relucían en la arena húmeda. Bebimos sangría servida en jarras grandes y, como aperitivo salchichas, atún fresco, langostinos, y tentáculos de pulpo fritos que sabían a langosta. Luego unos pidieron filetes y otros pollo asado con paella. A juicio de los valencianos, fue una comida muy moderada y la propietaria del local temía que nos hubiéramos quedado con hambre.

¡Qué bien lo pasamos y qué bien comimos en casa Pepica! –exclamó-. ¿Verdad, Hill?

Verdad –respondió éste.

Fue una gran noche en casa Pepica junto a la playa”.

Lo que quizá no es tan conocido es que una de las primeras imágenes de toros que vio Ernest Hemingway fue realizada en la plaza de toros de Valencia, mucho antes de que se aficionara a la Fiesta. Así lo describe el mismo escritor en Muerte en la tarde: “Recuerdo que un día Gertrud Stein -la mecenas de los escritores americanos en París- hablándome de las corridas de toros, me expresó su admiración por Joselito y me enseñó algunas fotografías del torero, y de ella y de Alice Toklas, sentados en la barrera, en la Plaza de Valencia, con Joselito y su hermano el Gallo un poco más abajo. Yo acababa de volver del Oriente Medio y había visto a los griegos tronchar las patas de sus caballos, empujarlos y arrojarlos al agua cuando tuvieron que abandonar la ciudad de Esmirna; y me acuerdo también de que le dije a Gertrud que no me gustaban las corridas de toros a causa de los pobres caballos”.

Pero todos esos prejuicios se vinieron abajo cuando acudió a la primera corrida de toros. De los toros llegaría a decir a sus amigos en otras cartas: “No es meramente brutal como siempre nos habían dicho. Es una extraordinaria tragedia y la cosa más bonita que he visto jamás. Hacen falta más riñones que cualquier cosa que existe”. A otro amigo le aseguró: “No hay nada como esto en ninguna parte del mundo. El toreo es lo mejorcito que hay en el mundo”. Y a su gran amigo y mentor Ezra Pound explica que los toreros son los artistas más admirables que hay: “La plaza de toros es el único sitio que nos queda donde el valor y el arte se pueden combinar para el éxito”.

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Juan Cristóbal García

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