La Revolera

La ley del embudo

Paco Mora
viernes 05 de diciembre de 2014

De continuar haciendo oídos sordos y mirando para otro lado ante esta realidad, tanto va el cántaro a la fuente que acabará por romperse. Es un error confundir pacifismo con cobardía. Porque los aficionados a los toros también tenemos nuestro amor propio.

Cada día amo más esta bendita Fiesta Brava nuestra. Pero ignoro si sería capaz de llegar al martirologio por ella. Que alguien me diga si los tifossi futboleros aguantarían, como aguantan los aficionados al toreo, que los insultaran y apalearan en cualquier acto que se les terciara a los antis y pellizcaran las nalgas a sus mujeres, novias o amigas a la entrada de los campos de fútbol. Bien, pues nosotros ya llevamos años aguantando esas lindezas sin que ni los políticos, ni las autoridades ni las fuerzas del orden levanten un dedo para corregir una situación tan injusta y cerril, en la que nos ha tocado el papel de víctimas.

Y es que tenemos una paciencia y un temple que nos permite poner la otra mejilla cuando nos abofetean, con tal de no sentar plaza de violentos. ¡Ay si los partidarios de dos toreros actuantes en cualquier cartel, se dieran cita en los aledaños del coliseo taurino para tundirse a palos y hasta matarse unos a otros, como ocurre en el balompédico deporte! Ya habrían prohibido las corridas de toros por considerarlas un espectáculo bárbaro solo apto para hombres primitivos. ¡Qué le vamos a hacer! Nos ha tocado la china.

Ahora ya se atreven a agredirnos hasta en lugares tan respetables como la Universidad San Pablo CEU o la Complutense de Madrid, negándonos salvajemente el uso de la palabra para hablar de la Fiesta. Que se lo pregunten a Andrés de Miguel o a Díaz Yanes. ¿Qué están esperando los responsables del funcionamiento civilizado del país? ¿Que nos tiremos al monte y respondamos a la violencia con violencia? ¿Necesitan un par de muertos y unas decenas de heridos, para decidirse a tomar cartas en defensa de los agredidos en semejante sinrazón? De continuar haciendo oídos sordos y mirando para otro lado ante esta realidad, tanto va el cántaro a la fuente que acabará por romperse. Es un error confundir pacifismo con cobardía. Porque los aficionados a los toros también tenemos nuestro amor propio, y nuestra capacidad de resistencia pasiva tiene un límite.

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