Cada año se le concede a un matador de toros la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Hoy, cuando comienza a otoñear, toca hablar de ello mirando hacia atrás sin ira y hacia adelante con esperanza. Todos los que la han recibido la merecen. Incluso Rivera Ordóñez, por mucho que algunos buscapleitos enseñaran la patita por debajo de la puerta como el lobo feroz de Caperucita Roja. Pero no sólo los espadas en activo sino los de toda la historia del toreo son merecedores de esa Medalla. Tanto es así que el error es quizá no darle una a cada uno, y así “tutti contenti” y evitaríamos más de un ataque de pelusa. De seguir el goteo cada año, llegará el día que lo raro será no haberla recibido, y los que no la tengan podrán poner debajo de su nombre en sus tarjetas de visita: “Matador de Toros sin Medalla de Oro de las Bellas Artes”, presumiendo de ello como si fuera un honor.
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