Los ciclos taurinos se atienen a mágicos dígitos bíblicos: siete años. Más o menos. Se pueden contar de muy distintas maneras. Data de 2007 el arranque del último ciclo. El año de la reaparición de José Tomás. Un domingo de junio, una corrida cuasi patriótica en Barcelona. Y un cartel de toros de pared, singular, que para la ocasión pintó Miquel Barceló. Obra de coleccionista. Una maravilla. ¿No la tienes?
Por cinco euros se podía comprar a las puertas de la Monumental una copia de tirada limitada pero no controlada. El toreo venía representado por una misteriosa espiral en blancos y negros. Como una nube de tornado. O una tormenta en el desierto. El toro, una bien conformada mancha negra; un pase natural de largo trazo; la gente son cabezas emborronadas. Y, luego, los grafismos, con la huella de Picasso bien presente. Un guiño a la tipografía griega. Porque el toreo tiene una raíz épica griega. La simbología, el sacrificio, la heroica, sus píndaros. ¿Sí?
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