Entre los de Domingo Hernández y Garcigrande y los mulos con cuernos -con más mala leche que un murciélago borracho- de días atrás, prefiero esto. Para mí el toreo actual es arte y sólo entiendo la tragedia cuando es accidental y no esperada ni presumible.
Pamplona. Penúltima corrida del serial sanferminero. Cinco de Domingo Hernández y uno de Garcigrande, que unos con más ritmo y otros con menos han permitido expresarse a sus tres matadores. El Juli ha abierto la puerta grande y sus compañeros Padilla y Perera, con más suerte con la espada, le hubieran podido acompañar. Sé que me expongo a que me flagelen esa suerte de enemigos que le han salido a la Fiesta, que todo lo que no salga de los chiqueros pegando hachazos por arriba y buscando la yugular de los toreros, les parece decadente y falto de emoción. Pero ¡qué vamos a hacer! Si los de Hernández hubieran tenido algo más de viveza y duración, habría sido mejor para todos. Para los toreros porque se hubieran podido emplear más a fondo y para el público porque lo que se hacía en el ruedo habría irradiado más emoción a los tendidos. Pero qué quieren que les diga, entre esto y los mulos con cuernos -con más mala leche que un murciélago borracho- de días atrás, prefiero esto. Para mí el toreo actual es arte y sólo entiendo la tragedia cuando es accidental y no esperada ni presumible.
Los toros del yerno de “Pichorrongo” han permitido ver a un Juli que ha crecido en su tauromaquia hasta mostrarse como la auténtica figura que es. Con un gran conocimiento de las condiciones de los toros y un sentido extraordinario de los terrenos, de las alturas y de las distancia, así como dispuesto a marcarle su temple y su cadencia a todos los toros que le tocan en suerte. El Juli se ha olvidado de las ventajas, y aquellos que le acusaban de que destoreaba tendrán que buscarse la vida por otro lado, porque el de San Blas se está muy quieto, torea mucho más erguido y ofrece la pierna contraria en todos los cites. Y con la espada sigue siendo un cañón. Que me perdonen mis críticos pero esa es mi verdad y si dijera otra cosa me mentiría a mí mismo.
Padilla, que ha tenido el lote de más posibilidades, ha estado hecho un valiente como siempre, y les ha hilvanado a sus dos oponentes faenas que han mantenido la alegría en los tendidos. Ha vuelto a ser el Padilla de Pamplona, donde le adoran. Con mejor espada su tarde y su feria habrían acabado en punta. Y Perera ha estado en lo suyo; muy centrado, muy quieto, muy profundo en su toreo de trazo largo y de constante compromiso. Sobre todo en el sexto, que apuntaba mejores condiciones, de no haberse acabado tan pronto habría armado su clásica escandalera, con su toreo recio de principio y su arrimón final. La espada tampoco ayudó.
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