Se sentía el runrún por ver a Morante de la Puebla. El primero de Juan Pedro Domecq, algo alto de cruz, enseñaba las palas en su cara colocada. Morante dibujó verónicas, delantales y chicuelinas inconexas. No importó la falta de continuidad de la embestida porque cada lance fue un monumento de temple. El paso por el caballo de Espartaco fue bueno. Las gaoneras de Fernando Adrián tuvieron ajuste.
Morante brindó a S.A.R. la Infanta Elena. Inició la faena con compás, ligando sin exigir pero con firmeza y remató con un precioso molinete invertido. La siguiente serie sobre el pitón derecho tuvo un sabor único y un ajuste increíble. Siguió por ese pitón, ahora más despacio, cargando la suerte y dibujando el toreo eterno. Por el izquierdo vino algo más recto el toro pero no le importó al genio cigarrero que siguió con idéntica entrega, muy asentado. Logró naturales sin crispación, ceñidos, sentidos. Madrid enloquecía con el toreo en mayúsculas. En cuanto vio que la embestida empezaba a pasar a media altura, se fue a por la espada con el sentido de la medida perfecto. Estocada en todo lo alto de inminente efecto. Oreja con leve petición de la segunda.
El cuarto fue un toro muy protestado. Un toro que no gustó por su cara, por su falta de perfil. Cornidelantero. El toro embestía a topetazos. No lo solucionó su paso por el caballo. Perdió alguna vez las manos, por lo que crecieron las protestas. Morante confió en el toro. Empezó la faena con ayudados por alto. Imponiéndose al toro, que se terminó entregando al arte de Morante. Abandonado, le echó los vuelos con la mano izquierda para mecer la embestida en torno a sí mismo. Naturales monumentales. Madrid olvidó las protestas para ponerse en pie. Y dio paso a la inspiración: el molinete, el molinete invertido, el trincherazo y el desplante. Genial. La estocada cayó caída pero a nadie la importó. Oreja y puerta grande para Morante de la Puebla.