Domingo de Resurrección. Gloria a los espíritus. Se acabó la cuaresma. Pararon las lluvias. Solo de momento. Sol reluciente. Sevilla en su esplendor. Romero, Curro, en la memoria. Manzanares dejó de ser príncipe para ser heredero. Ahora toca sostener la púrpura. Es el ciclo vital. Vuelven al arcón túnicas y capirotes, reaparecen los blazers. Corbatas bien anudadas. Ese es otro arte, el de saber anudarse la corbata aun cuando haya perdido protagonismo. En Sevilla, no. Colores de primavera. Serva la Bari, es cierto, tiene un color especial, en realidad muchos colores. Los tenemos en la mente. La Puerta del Príncipe vuelve a ser lugar de encuentro, antes y después, es tertulia, son dardos, senado, intención, oráculos, loas y sentencias, abrazos, se apelmazan locales y foráneos, la clase ganadera, el famoseo, labradores de raigambre, industriales con aspiraciones a terratenientes, paparazzis en busca de la presa arrollando al personal, se cecea mucho, es lo propio, pero también vale el castellano de Cervantes y sobre todo la dulce lengua de Molière, a Sevilla sin franceses le faltaría algo… y además, además los curiosos que no se lo quieren perder. No pararse en la Puerta del Príncipe es como no haber estado en la Maestranza. Este año sucedió tal como debía suceder. Fue Sevilla en estado puro aunque no hubiese sevillanos en el cartel.
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