Sólo hay ojos para Madrid. Es San Isidro. Así que todos en pie. Comenzamos a jugarnos el año, la moda, los nuevos valores, se miden toreros, ganaderos, cuadrillas, diría que hasta los medios de comunicación sacan a pasear el orgullo profesional. Un examen y un trago, un Tourmalet en plena Mancha, así que se entiende ese protagonismo, que sólo haya ojos para Madrid. Aunque visto lo visto, por ahora, toquen madera, que se acabe la racha, hay poco que ver y mucho que añorar. Sólo queda un consuelo, lo escribí en Las Provincias, la superstición. Esos principios auguran un final feliz. Eso dice al menos el adagio gitano. Agárrense pues al clavo ardiendo de la sabiduría popular porque de momento no hay más, se estrellaron Abellán, Uceda, Leandro… no se ha acabado el mundo para ellos, para algunos ni la feria, pero joder jode. Los de El Cortijillo fueron la primera decepción y los primeros culpables, no habíamos acabado de levantar el telón y ya bostezaban unos y se indignaban otros. Nada nuevo por otra parte. Se suele decir y tiempo hubo en que fue así, que en las casas con sitio en las ferias y con dos hierros el segundo servía como despensa, que esa vaca o ese toro que se iba por arriba por bravo, esa becerra que a la figura invitada por muy bien que hubiese estado con ella le arrancaba un mohín de incomodidad en la tienta, se echaba a ese segundo hierro para que llegado el momento en que la exigencia torerista dejase sentir en exceso sus estragos, tener donde recurrir en busca de bravura… No fue el caso, ni visto lo visto la piara de El Cortijillo es lugar donde acudir para salvar a los genuinos alcurrucenes mucho más bravos, al menos mucho más interesantes, que sus hermanos y vecinos. Luego llegaron los montalvos, se desecharon los vellosinos, recurrieron a los valdefresnos y ni así, no llega a ser por los caballeros rejoneadores que acudieron al rescate y el arranque hubiese sido demasiado duro.
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