Tiene razón Juan Serrano Pineda. Lo viene diciendo hace muchos años. Hay una baraja de toreros magníficos, que con el traje de luces y en la arena son unos tíos con toda la barba, pero que de paisano en los despachos carecen de la personalidad necesaria para defender los intereses y la dignidad de todos -y digo todos- los que mantienen en pie la Fiesta Nacional.
Las ferias del verano peligroso -y vuelvo a recurrir al término acuñado por Ernesto Hemingway- no se pueden confeccionar solo con los "siete magníficos". Con ellos solamente, no se podrían celebrar los cientos de corridas que se organizan cada temporada. Las figuras imponen sus intereses, con la fuerza que les da el tirón taquillero que tienen bien ganado ante los toros, pero miran para otro lado ante las mil y una trapacerías de que son víctimas los que no disfrutan de su privilegiada situación, utilizados como carne de cañón a cambio de sueldos irrisorios, en un viaje a ninguna parte en el que pierden lo mejor de su juventud.
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La ubre inagotable del toreo
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