La ambición de poder suele corromper el alma de los políticos que no conciben la vida sin él. Si no lo tienen lo desean fervientemente y si lo tienen viven angustiados por la posibilidad de perderlo. Pero así y todo, una vez conseguido, son capaces de cualquier cosa para conservarlo como si fueran presa de un virus maligno, que los hace distintos al resto de los seres humanos. Incluso los hay que sin recato alguno se consideran a sí mismos “animales políticos”, queriendo justificar con ello la especie de enfermedad que les corroe el alma.

Solo así son capaces de defenderse de su ambición y endiosamiento, hasta el punto de decir barbaridades como que están donde están “para cambiar las cosas”. La degeneración que significa confundir el poder, en vez de como una entrega al servicio de su país, como un derecho cuasi divino a decidir sobre la vida y hacienda de sus administrados, es bien cierto que los convierte en seres de otro planeta. Por ello se empeñan en tratar de obligarnos, a los que tenemos la desgracia de caer en sus manos, a renunciar a nuestras creencias, aficiones e ideas. Para ello se rodean de una especie de “rasputines” que, desde la sombra de sus laboratorios políticos, elaboran todas las fórmulas posibles para que sus amos puedan ejercer impunemente un poder omnímodo, en vez de sobre ciudadanos con ideas y sentimientos propios, sobre un rebaño de “almas muertas”. Manes de Nikolái Gógol…

El toreo es para ellos un espectáculo cruel -¡pobres animalitos!- pero se vacunan los primeros para intentar inmunizarse del criminal Covid-19 que se está llevando por delante a medio país. Y esas vacunas están pagadas con nuestro dinero, con el dinero de nuestros impuestos. ¿Y gentes así son capaces de esgrimir el concepto humanidad para empeñarse en acabar con una antiquísima tradición cultural de nuestro pueblo, como es el espectáculo de la lidia del toro bravo? Y por mucho que nos quejemos ellos continúan a la suya, “Ladran, luego cabalgamos”. Cuando sonó la trompetería de la ilusión, la alegría y la esperanza, tras la muerte del dictador, inundando las cuatro esquinas del país con la aprobación de la Constitución y las primeras elecciones libres y democráticas, creímos que por fin éramos un país de hombres y mujeres libres. ¡Cómo íbamos a creer que tan pronto volveríamos a tener que inclinar la cerviz ante un poder que por mucho que haya salido de las urnas se ejerce de un modo cuasi dictatorial que nos marca incluso nuestras creencias, gustos y aficiones! Y es que una cosa es segura; el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente…

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Las almas muertas

Paco Mora

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