Fotos: ARJONA
El Soro disfrutó de su sueño desde el principio. Vestido con un terno verde hoja y oro, salió del Hotel Astoria en calesa camino de la plaza de toros, con los picadores a caballo detrás tal y como ya hiciera el día de su alternativa. Ya en la plaza, le salió todo lo que tenía en mente, esas cosas por las que El Soro fue grande en su tierra. Puso banderillas en sus dos toros causando un gran impacto cuando en su segundo, puso hasta dos pares del remolino, el par que inventara el propio torero y que nadie más logró copiar.
Se fue a portagayola en su segundo, como hizo tantas y tantas tardes a lo largo de su carrera. Al no poder arrodillarse, pidió una silla, se sentó en ella y esperó al toro, dándole una larga cambiada.
Lo que más discrepancia suscitó fue cuando en la faena de muleta a su primero, sacó una bandera de la Comunidad Valenciana, la clavó en el centro del ruedo y siguió toreando. Las cosas de El Soro. En la vuelta al ruedo le tiraron naranjas y lechugas, ese símbolo de la huerta valenciana, donde nació y se crió el torero y en la que surgió el sorismo, esa religión que no faltó a la cita después de 21 años sin verle torear en esta plaza.
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Las cosas del sorismo
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