Artísticamente, a falta del cierre, las Fallas han sido de Manzanares. Una barbaridad de torero titulé en Las Provincias la crónica del festejo. Su faena primera, sin despeinarse, alcanzó un valor real de dos orejas y mucha resonancia. Se lo hizo a uno de esos toros en los que un mal paso, un ataque de más o de menos, un tirón lo descabala todo. No sucedió, afortunadamente, y la faena se convirtió en sinfonía. Sin esfuerzo aparente, con solemnidad procesional, con precisión de ingeniero, ideología y tecnocracia al servicio del toreo, dije y me mantengo. A ese toro lo mató allí mismo, en los medios, de un estoconazo en la suerte de recibir de los que merecían el buril de Benlliure.
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