Las lechugas se atan cuando comienzan a crecer para que el cogollo permanezca blanco, tierno, suave y comestible. Ese procedimiento desecha para el consumo más de la mitad de dicha hortaliza. Ahora, en la mayoría de las ganaderías, a los erales se les enfundan los pitones...
Las lechugas se atan cuando comienzan a crecer para que el cogollo permanezca blanco, tierno, suave y comestible. Ese procedimiento desecha para el consumo más de la mitad de dicha hortaliza. Ahora, en la mayoría de las ganaderías, a los erales se les enfundan los pitones para que no sufran desperfectos hasta que, ya cuatreños, son transportados para ser lidiados en las plazas. Dicen los criadores de reses bravas que eso evita que se invaliden muchos toros. Es algo así como si a los boxeadores les escayolaran los puños para que no se hicieran daño y se les quitara la escayola un día antes del combate. O como si a los niños se les prohibiera salir a jugar al jardín o a la calle para que no se ensuciaran. Así, a bote pronto, a uno se le ocurre que los boxeadores saldrían al ring con los puños de cristal y los niños crecerían blandengues y hasta bobalicones, porque lo natural es que unos tengan callos en los nudillos y los otros corran, se arrastren por los suelos, se ensucien y se peleen entre ellos.
Siempre han sido más sabrosas las frutas y hortalizas naturales que las envasadas al “natural pelado”, como reza en los botes en que nos las venden en los “super”. ¿Quién puede asegurar que los toros con los pitones envasados no pierden el sentido de la distancia, a la hora de utilizarlos como elementos naturales de defensa, o se les desarrollan quebradizos como los cogollos de las lechugas? ¿O que esas cosas raras que hacen ahora los animalitos durante la lidia no tienen su origen en tan curiosa manipulación? En fin; no aseguro nada, solo pregunto. Y recuerdo… Recuerdo cuando el viejo Miura lloró porque por primera vez un torero se había adornado cogiéndole un pitón a uno de sus toros. Seguro que los ganaderos que las ponen dirán que las fundas no influyen en el juego de sus productos en las plazas. Y a lo mejor llevan razón. O quizás por eso salen con el ardor guerrero que salen en su mayoría. Pero uno no puede evitar recordar la letra de aquella zarzuela que decía “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. Pero así y todo hay quienes afirman que la máquina de cortar jamón y el bidé, acabaron con determinados sabores y olores. Con perdón…
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