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Las Ramblas: siguiendo la estela del 13

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Fotos: Aranda

“Los toros tienen que tener ritmo en la embestida. Eso es clave. Para como se torea hoy día si los toros no tienen ritmo aquello no funciona. El toreo de hoy pide toros con ritmo” es el mantra que me repetía Daniel Martínez hace temporadas y el objetivo en el que sigue insistiendo actualmente. Propietario de la ganadería de Las Ramblas, entonces quedamos en los viejos predios de Elche de la Sierra, en plena sierra del Segura, ahora le he encontrado en su otra finca, Las Iniestas, en las mismísimas paredes de Albacete, una finca de regadío, de clima más benigno y llana como la palma de la mano. En ese sentido cabría decir que sus pupilos se han aburguesado.

“Eso, se refiere a las reflexiones sobre el ritmo con las que hemos abierto esta semblanza, eso y las buenas hechuras son la clave”, insistía antes de rematar: “Ritmo más buenas hechuras, más humillación, más recorrido, más fijeza, más…”. Más un buen origen, le apunto, y asiente; la fuente de donde viene es clave. “Sin buena simiente es difícil que haya buena cosecha”, le remacho yo ahora; y Daniel, que es hombre de campo, atiende y vuelve a asentir. Esta de Las Ramblas es puro Salvador Domecq, casa a la que Daniel acudió de la mano de su amigo Dámaso González, que tenía mucha entrada con el ganadero jerezano. Eso fue en 1989 y además de las vacas se trajo a Elche buenos consejos y una amistad que perduró en el tiempo. Me suele contar cada vez que sale a conversación que no eligió ni quiso echarle la responsabilidad a nadie, que una vez ajustado el precio, como sabía dónde estaba, cogió un pellizco de fichas de las vacas que se habían tratado y las que quiso el destino, las que entraron en el pellizco… entraron, y son las que se fueron para Albacete. No fue mala la fórmula, además de original: un pellizco de fichas, las que quiso el destino y a no tardar mucho tiempo llegó a estar en las ferias y hasta le vendió vacas a ganaderías de postín.

Y LLEGÓ EL TORO 13

Lo que faltaba, si es que faltaba algo, lo puso el famoso toro 13 que acabó siendo decisivo en casa de Daniel y cuya estela sigue persiguiendo. El toro en realidad se llamaba Mangarrota, lo torearon Joselito y Dámaso, y junto a un hermano, Raspajo, fueron padres de numerosos sementales en esta y en otras ganaderías. Eran hijos a su vez de Ensaladero, número 27, con el hierro del Marqués de Domecq pero propiedad de Joselito, al que no acababan de satisfacer sus hechuras ni su difícil manejo y lo cedió a Dámaso y posteriormente a Daniel Martínez; y si siguiésemos remontándonos en esa línea llegaríamos al célebre Malasombra (del año 43) del Conde de la Corte. El resultado final fue espléndido.

-Ahora tengo un semental nuevo, nieto de Mangarrota, que también lleva el número 13 y nos tiene muy ilusionados. Le hemos visto cosas muy buenas. Uno de los erales es el que toreó el niño de María Sara en Valencia, que siendo muy bueno no fue el mejor de los hermanos que hemos lidiado.

 

Madrid y Valencia fueron las plazas clave en la ascensión de la nueva ganadería. En Las Ventas debutó con gran éxito la temporada de 1995, la misma tarde en que debutó José Tomás. Aquel día se le dio la vuelta al ruedo a un novillo. Y en la misma plaza se lidió el primer toro cuatreño de la casa que pisaba un ruedo. Sucedió en la corrida goyesca del 2 de mayo de 1996, tarde en la que Joselito mata seis toros de distintas ganaderías. Al toro de Daniel le cortó las dos orejas. El mismo año en que debutó en Madrid se presentó en Valencia con otra gran novillada y pocos años después logró los premios a la corrida más brava de la Feria de Fallas. Otra referencia triunfal fue una matinal en Las Ventas, cuando Antoñete, ya retirado, toreó en homenaje a Madrid. Fueron dos toros cinqueños a los que el maestro cortó las orejas tras una gran lección de torería.

TENTADEROS EN PLAZA GRANDE Y CON VACAS SERIAS

En ese tiempo acudí a numerosos tentaderos en la placita de Elche de la Sierra. Unas veces como simple espectador y otras como invitado cuando tenía algún festival a la vista. Nunca le vi una vaca a media carne, consecuencia del buen bolsillo del ganadero, que no escatimaba en el pienso ni consintió humanizar una becerra por estirada que estuviese ni por muy periodista que fuese yo, cosa que ahora me puede servir para presumir pero entonces me hacía torcer el gesto, que no se me desarrugaba hasta que no acababa el tentadero y nos poníamos a comentarlo delante de un plato de chuletas y huevos fritos; y a Canina ni entonces: ¡Vaya con este… hombre! murmuraba por lo bajini. ¿No era amigo tuyo?... concluía.

Este invierno he vuelto a un tentadero como espectador. Y las vacas siguieron mostrando la buena crianza y buen ritmo en esa monumental plaza -yo no las he visto más grandes- que ha organizado en el caserón manchego de la finca. Es tan inmenso el cuadrilátero que si alguna vaca no quisiese embestir tendría mil excusas. Y lo mismo puedo decirles de la camada de cuatreños que tenía preparados para esta temporada, que en pleno invierno estaban gordos y puestos. Digo que tenía porque tal y como se ha puesto el año…

-Es una de las mejores camadas que he reunido los últimos tiempos pero... contiene el diagnostico final a cuenta del maldito bicho que tanto daño nos está haciendo.

Tiene cinco corridas de toros que me cuenta piensa reducir a tres entre los toros que tiene vendidos para puerta cerrada y otros, los más aparatosos, que van a ir a las calles o al matadero. Así que cuando haga la limpia aún será más bonita la camada.

Cuando le preguntas cómo ve el panorama, él, hombre de campo, precavido y parco en palabras, se limita a decir: “Yo no pierdo la esperanza”, que es como decir que lo ve mal pero está abierto a las soluciones que se puedan encontrar. Pues así estamos.

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José Luis Benlloch

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