San Isidro siempre aclara el futuro. Lo aclara y lo define. Y este año lo está volviendo a hacer. Y hay futuro. Al menos en lo que es la torería. Un Manzanares exultante, marca los tiempos de un crecimiento espectacular que puede alcanzar cotas poco usuales en la Fiesta. Y junto a los clásicos que ya mandan, Madrid pone en la órbita grande a uno de sus hijos más queridos desde que lo descubrió como novillero. A Talavante. De aquel proyecto hemos desembocado en una magnífica realidad. Este torero, que es inspiración, creatividad, a veces dispersión, se ha ido cuajando al fuego lento, de fogonazos deslumbrantes y de la solidez que le ha dado su cocción. Y ahora es una realidad magnífica. Porque tiene una mano izquierda y unas muñecas que le dan al toreo fundamental, sobre todo al natural o sobrenatural, una hondura, un oleaje, con la muleta por abajo y rematada allá atrás, que enamora a la afición y hasta al que no tiene ni puta idea. Lo de Talavante, ahora cuajado, capaz, iluminado, todavía no ha tocado techo. Como tampoco lo ha tocado Manzanares. Pero ya se asientan, uno y otro, sobre una tauromaquia propia que es como un suelo firme y sólido sobre el que va a caminar su futuro.
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