Hay muchas ganaderías que nos están robando el derecho a emocionarnos en el ruedo con su insistencia en criar “la tonta de la pandereta”, en vez de toros bravos y encastados de verdad. Con toda la calidad que se quiera pero con casta para comerse la muleta por abajo.
La indignación por el mal juego de los “Juanpedros” de Sevilla, me obligó ayer a pasar de largo por la labor de los toreros para dedicarle toda la atención a los marmolillos de marras. Y que no me vengan con romances sobre la calidad de algunos toros, con la coletilla final de “si hubieran aguantado más...” que eso no son más que excusas de mal pagador. La clase de un toro está en hacer buena pelea con los caballos, tomar las dos varas correspondientes y después comportarse en la muleta con movilidad, casta y repetición y no en entregar la cuchara a cada pase.
De poco vale esa pretendida calidad si el toro se sienta a verlas venir o cuando ve la muleta hace “fu” y se larga a las tablas absolutamente rajado, como ocurrió el viernes con el lote de Perera. O como ayer, el primer toro de la tarde, que no se aguantaba en pie y sólo el soberano magisterio y excepcional técnica de Ponce consiguió trasmitir al público la sensación estética que inundó el ruedo durante su lidia, obra y culto exclusivamente del torero de Chiva. Enrique I “El Grande” dio toda una lección magistral de cómo se puede lidiar un toro cogido con alfileres sin que ruede por la arena a cada pase. Eso sólo es mérito del milagro del temple, armonía y seguridad de un torero como Ponce, que ayer fue más que nunca “el sueño de Gallito”.
¿Pero se figuran el estallido de torería que podría haber sido la faena de ese enorme torero con un toro al que no hubiera tenido que tratar con el mimo que se trata a un inválido? Pues eso. Y dejémonos de zarandajas. Insisto en que hay muchas ganaderías que nos están robando el derecho a emocionarnos en el ruedo con su insistencia en criar “la tonta de la pandereta”, en vez de toros bravos y encastados de verdad. Con toda la calidad que se quiera pero con casta para comerse la muleta por abajo. Aunque sea después de que el torero haya hecho alarde de toda su técnica y valor para poderles primero y torearlos después. Que eso es el toreo. El de verdad, y que sólo se puede hacer con el toro bravo y con casta. Llámasele fiereza si se quiere, que tanto da.
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