Cuando ya otoñea de firme y la noche le va ganando terreno al día parece como si el pensamiento galopara con mayor velocidad y lucidez. Se le dan vueltas a cosas que durante toda la temporada pasan casi inadvertidas, empequeñecidas por la fuerza vital de la realidad del toro, el torero y la arena de la geografía redonda, auténtica patria del aficionado mientras calienta el sol. Cuando llega el frío, las anochecidas invernales se convierten en laboratorio de románticas y vivificadoras ideas que seguramente harán sonreír a los dueños de la prosa que mata. Al fin y al cabo, a ellos sólo les importa de la Fiesta el “frufrú” de los billetes de banco.
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