Muchos ilustres jubilados miran cada mañana el traje de luces que guardan en el armario, y la foto de Arjona de aquel muletazo soberbio. Y lo entiendo. Porque el pintor, el escultor, el escritor, no tienen fecha de caducidad. El torero sí, y eso es injusto.
Paco Ojeda lucha contra la salud y la morriña y sabe que tiene todavía mucha tauromaquia dentro oprimiéndole el pecho. El mismo que ofrecía a los toros, en la distancia mínima y antes de ser sometido. Pitones en el pecho y el veneno en la mesilla de noche. Espartaco salió con bien, gracias a la ciencia y al de arriba, de una operación muy seria. Pero cuando Juan nota que la salud ha vuelto es cuando se viste de corto en su hermosa finca, se echa la muleta a la mano izquierda y conduce aquella embestida por la vereda de los recuerdos felices. Espartaco no quiere oír la palabra retirada y a pesar de haber logrado los sueños algo le falta todavía. Los sueños son que cuando vas al banco el director salga perdiendo el culo a saludarte; y cuando pises la calle la gente te salude con respeto, sonrisa y nostalgia. Juan lo tiene todo. Pero, aunque sea a cachitos, a dar alternativas, a doctorar a paisanos, es lo único que le libera el pecho. Porque los buenos toreros temen más al olvido que a la nicotina.
Hay más. Muchos más ilustres jubilados que miran cada mañana el traje de luces que guardan en el armario, y la foto de Arjona de aquel muletazo soberbio, exultante, eterno, en la Maestranza. Y lo entiendo. Porque el pintor, el escultor, el escritor, no tiene fecha de caducidad. El gigoló, el atleta y el torero sí la tienen como los yogures. Pero es injusto. Yo vi torear a Litri el Viejo con un temple y una cadencia que parecía más Domingo Ortega que aquel ciclón del litrazo y el espasmo. De jubilados torean mucho mejor. Chenel, cuando la puta nicotina le había comido los pulmones, me decía: “Ponme una becerrita que yo solo girando los talones le voy a pegar ocho muletazos”.
