La revolera

Lástima de siesta

Paco Mora
jueves 10 de julio de 2014

Lo siento en el alma. Debo ser muy mal aficionado, porque esta tarde en Pamplona yo sólo he visto toros aptos para merendar y pasárselo de buten en los tendidos de espaldas al ruedo...

Lo siento en el alma. Debo ser muy mal aficionado, porque esta tarde en Pamplona yo sólo he visto toros aptos para merendar y pasárselo de buten en los tendidos de espaldas al ruedo. Cierto que los seis no han sido iguales; unos han sido peores que otros. Me debe ir la marcha, porque sé que diciendo esto se me va a echar encima ese grupito de puristas que tiene puestas todas sus esperanzas en el “uro” de los bosques del Medioevo. Grupo profesoral que cuando ve un toro bravo y encastado, que embiste humillando y queriéndose comer la muleta por abajo le da urticaria. San Fermín es un santo duro y racial, y requiere que este tipo de toro también esté presente en su feria. Y tiene todo el derecho del mundo. ¡Faltaría más!

Pero miren ustedes por donde, si toda la cabaña brava fuera de esas características –y pienso en los nombres de todas las que añoran los llamados toristas-, a la hora lorquiana de las cinco de la tarde, no habría para mí fiesta más apetecible que una buena partida de parchís, un tinto de verano y un paipái debajo de un almendro. Torear no es pasar fatigas ante un animal bicorne que hace de la muleta el mismo caso que yo de las ideas de Pablito Iglesias.

Seguro que Uceda Leal, Francisco Marco y Paulita piensan algo parecido. Con matices, claro, porque los duelos con pan son menos y ellos habrán cobrado, que en Pamplona cobra todo el mundo y bien. De todos modos, San Fermín sigue siendo algo tan importante en la Fiesta de los Toros que ni los de Dolores Aguirre pueden acabar con él. ¡Lástima de siesta que me he perdido!

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