La travesía del desierto va a durar hasta otoño. Lo de Las Ventas será, a partir de ahora, una suma de festejos cuya racionalidad no la encuentro. Entiendo que se trata de la plaza más importante del mundo. Entiendo que haya que atender a escalafones de toreros que torean poco, a novilleros, a los aficionados que no decaen. Lo entiendo. Es razonable tener en cuenta estas causas para seguir siendo plaza de temporada. Pero estos argumentos, puestos al lado de otros, se me antojan alejados de coherencia. Porque si la necesidad de plaza de temporada significa situar a Las Ventas al borde de la ruina, los argumentos son insuficientes. Si, además, para salvar la quiebra económica se programa contando los euros y ahorrando al máximo, la programación y la temporada son un mero y carísimo trámite.
