La ausencia de los toros en la tele está teniendo unos efectos terribles. Nos ha llevado al vacío mediático con todo lo que ello supone. En realidad nos está fagocitando. Su desaparición de la pequeña pantalla ha dado pie a que el gran público consumidor de TV, que es la inmensa mayoría de los españoles, los acaben viendo, a los toros, como algo lejano, ajeno a su cultura y a su día a día. Son/somos unos extraños. En el mejor de los casos, para muchos, hablarles de toros es como si les hablases de la zarzuela si no es que lo relacionan con unos bárbaros que habitaron en este país tiempos ha o como la resaca de una España demodé que hay que eliminar. Se trata de un efecto exactamente igual, sólo que a la inversa, de lo que ocurre con la presencia mediática de determinados personajes, protagonistas de actividades incluso ilícitas, que de tanto aparecer se indexan de tal manera en el entramado social que no sólo lo consideran como algo propio sino que les encuentran virtudes y las gentes los incorporan a su día a día y los consumen con fruición. ¿Hay algo más familiar estos días que el tipo ese al que llaman Pequeño Nicolás, al que ofrecen dinero por aparecer en eventos y programas?... Le ha bastado una fotocopiadora, un escáner, mucha cara y poca moral además de minutos en la tele, para pasar de ser un Rinconete de segunda, de un pícaro de lo más cutre, a vedette de las teles, a caganer de cientos de hogares catalanes, a alguien familiar, un tipo al que le abren las puertas de los restaurantes en señal de bienvenida y persiguen las cámaras de las televisiones como si fuese un personaje. Ese es el poder de las teles. Las mismas que han hecho de un amoral como el tal Jorge Javier Vázquez un personaje de lo más influyente, a quien acuden a confesarse los padres de la patria.
Lea AQUÍ el artículo completo en su Revista APLAUSOS Nº 1944
