No soy un desastre. Puedo ser hasta irrepetible, pero no desastre. Un error biológico o una falla de la evolución de Darwin. Pido un café para llevar y me lo dejo en la barra del bar.
René (camarero de La pequeña Habana) me tortura. Deja que me vaya porque sabe que al rato me doy cuenta. Regreso. Cara de partirse: cambia de camello, Carlitos... Un día voy, y no vuelvo. Me río solo a cualquier hora y cuando busco ayuda para llorar, no es que no tenga un hombro (de hombre no) para hacerlo. Por no tener no tengo ni cebolla. Pero no soy un desastre. Diga quien lo diga, no soy un desastre. Nadie me entiende, eso es lo que pasa. Como a Manolo Martín. Manolo, yo sí que te entiendo. Cómo no voy a entender que hayas perdido las llaves de los toriles de la plaza de Cáceres. Hazme caso, soy tu hermano de sangre. Chachi que sí. Las putas llaves. Esas sí que son putas, Manolo.
Manolo es un superviviente de la eñe. Quedan pocos. Hábil, eso sí. Se afincó mucho en la Monumental al relance de la flojera de Balañá. Balañá, el último de ellos, era un empresario de toros cuya forma de empresa era ser la parte contratante del que contrata a los contratados por el contratante del 33. Treintaytres. Ese sí que era un desastre, y no tú, símbolo de Españññña: Por Martín y por Manolo. ¿Se puede sonar más español, joé?. Manolo y Martín. Ole tú. Faltas tú y otros como tú y España pierde razón de ser. Me dicen que te van a poner una placa en la plaza de Cáceres, donde se te perdieron las llaves de los toriles y por eso no diste toros. Mira, Manuel, no sé tú, pero yo cuando pierdo las llaves hago lo mismo. No hay toros. Que no hay toros, coño. Ea. Tres veces al año las pierdo. Tres sin corrida. Tres. Y eso que a mí tienen que colearme, Manuel. ¿Un desastre? No les eches cuenta. Los genios somos así. ¿No te voy a entender?
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