Me repiten que soy un desastre. Pero no tienen razón. Puedo perder tres veces al año las llaves, cuatro las tarjetas de crédito que no tienen crédito, no recordar cada año por la misma fecha la fecha del cumpleaños de mis hijos. Es cierto. Y sé que en el momento mejor a Ana la llamo Eva sin querer por error y a Pilar le digo de quedar nombrándola por el apellido. ¿Cómo se puede pretender intimar en romance al lado del cuello, encabezando el susurro con un “Ramírez”? Trato de comer con equilibrio. No lo logro. En la zona de comidas preparadas de El Corte Inglés ya ni preguntan: rabas y croquetas. Las camisas sin planchar hacen una cola más larga que la del paro. Tanto que cuando le llega la vez a la última ni la conozco. Coño ¿y esta camisa?.
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