Nada más solo que un torero. Pero no la soledad frente al toro, una soledad endiabladamente sola. Sino la de antes y después de verse anunciado en esos carteles de listín telefónico que es la feria de San Isidro. Los listines. Ya no se llevan. Se convirtieron en inservibles. Los móviles no vienen en listas y los números de fijos son ya como números de seguridad social de muertos no recalificables. La soledad de un torero se intuye desesperante. Si es artista, doblemente cruel: por torero y por sentimiento. Sentir es la soledad de las soledades. Manzanares.
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