Chenel sólo entendía de toros y de toreros. Bueno… y también de mujeres. Eran los tres puntos cardinales de su vida. De toreros: su triángulo era Manolete, Pepe Luis Vázquez y Rafael Ortega. Claro que admiraba a otros: cómo entraba y salía de la cara del toro Pepín Martín Vázquez; el capote de Ordóñez, el talento de Camino; Manzanares padre, su alumno predilecto; su gallo, Curro Vázquez… En ganaderías le gustaba todo lo de murube, aunque un toro ensabanado, le llamaron el “toro blanco”, de Osborne marcó su carrera. Pero los mejores naturales los dio con la edad de Matusalén en Jaén a un toro de Victoriano del Río. Sus sueños y a veces sus pesadillas tenían que ver con un toro del Conde de la Corte de amplísima cuerna que parecía imposible que cupiera en su muleta. El milagro es que aquel toro de los insomnios siempre acababa haciendo el avión y achicándose en la muleta de los sueños.
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