OBITUARIO

“Matías hijo”, un picador de toros referente

Por Paco Cañamero
Paco Cañamero
domingo 31 de enero de 2016

Hasta en cuatro ocasiones fue obligado a dar la vuelta al ruedo con todo el público en pie, algo que ningún otro varilarguero, anterior o posterior, ha logrado en esa plaza.

El afamado varilarguero Jesús Rodríguez Barrado, conocido como Matías –hijo- que destacó en las cuadrillas de destacados matadores falleció el viernes en San Sebastián a la edad de 84 años.

Matías –hijo- era el nombre artístico de Jesús Rodríguez Barrado, quien fue brillante picador de toros. Hijo del viejo Matías Rodríguez, una leyenda asentada en tierras charras de Villavieja de Yeltes, a la que llegó procedente de Don Benito (Badajoz), en los años previos a la Guerra Civil para laborar de caballista y desbravador de caballos, pronto rompió en un extraordinario varilarguero. Coincidente en el tiempo en esos mismos días también llegan a Salamanca otras dinastías para escribir una bella historia taurina. Ocurre con el padre de los Atienza, que se coloca de mayoral en la ganadería de Graciliano Pérez Tabernero y el viejo Cáneba que lo hace desde Jerez como desbravador de caballos. Los tres fueron precursores de brillantísimas dinastías.

De las fuentes del viejo Matías bebieron dos de sus siete hijos que siguieron sus pasos, José y Jesús. Jesús, el anunciado Matías –hijo- era una verdadera figura que heredó el nombre de su progenitor con honor como apodo artístico. De él queda la sabiduría de un jinete que desde joven es requerido por destacados matadores. Gregorio Sánchez fue el primero; después llegaron Antonio Bienvenida, El Cordobés, Palomo Linares, Raúl Aranda, El Viti, Luis Francisco Esplá, Teruel, Manzanares, Curro Vázquez, Domínguez… además de otros con los que actuó por ‘libre’. Su arte y eficacia le hizo tener el reconocimiento de los públicos, pero sobre todo el madrileño, en cuya plaza de Las Ventas en el momento que hacía la suerte reinaba el silencio gracias a los emocionantes tercios que protagonizaba. Fruto de ello es que hasta en cuatro ocasiones fue obligado a dar la vuelta al ruedo con todo el público en pie, algo que ningún otro varilarguero, anterior o posterior, ha logrado en esa plaza.

Residente en San Sebastián desde hacía muchos años a la vera del Cantábrico vivió entre el respeto y la consideración que se ganó en los ruedos. Habitual en las plazas del norte ayudó a varios chicos que se iniciaban en el toreo y hasta fue un pilar para poner en marcha una escuela taurina, de nombre La Paz, en la capital donostiarra.

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