Que Simón Casas es un tipo imaginativo y con ideas propias, lo sabe todo el mundo taurino a estas alturas, pero que haya sido capaz de poner en juego los elementos necesarios para colocar la Feria de Julio de Valencia en la línea de salida hacia lo que fue en otros tiempos, es la confirmación de que aquello de “la imaginación al poder” del mayo francés también es aplicable al negocio taurino. Desde la avaricia, la roña y la cortedad de miras poco se puede hacer por la Fiesta de los Toros ni por ninguna otra cosa. El toreo es grandeza y un punto de bendita locura, esa locura que inspira a los artistas a realizar obras definitivas. Acogiéndose sólo a la frialdad de los números se pueden echar cuentas, pero es imposible remontar situaciones como la que vivía la que fue en otros tiempos la semana grande del toreo. Semana que marcaba el punto álgido de la temporada y señalaba de manera inequívoca, salvo razones de fuerza mayor, a los toreros que llegarían los primeros a la meta del otoño, así como a aquellos que cruzarían el charco para redondear en “las Américas” su temporada de éxitos en España.
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