Con lleno de “No hay billetes” en tarde calurosa se celebró la novena corrida de abono. Se lidiaron seis toros de Victoriano del Río, bien presentados y de una gran nobleza. Juan José Padilla, que regresaba a la Maestranza tras su gravísimo percance unos meses antes en Zaragoza, fue ovacionado en sus dos toros. Alejandro Talavante destacó en su labor ante el tercer toro, al que instrumentó una bella faena, cortando una oreja.
“Hay tardes que deben pasar directamente a la historia porque el toreo se retroalimenta de toreo y hoy José María Manzanares ha plasmado un sueño que andaba en su corazón. ¿Que cómo ha estado? Cumbre, torerísimo, genial, distinto, compacto, artista, sublime, señorial, elegante, templado. Esta tarde Sevilla conmemoraba el vigésimo aniversario de la inauguración de la Exposición Universal de 1992, y el diestro alicantino dejó en el Arenal su propia exposición de arte universal. ¡Viva el toreo”, escribió García-Rayo en Aplausos.

En su primer toro, Encaminado de nombre, le instrumentó con ligazón varias tandas de altísimo nivel después de haberlo recibido con verónicas y chicuelinas dulcísimas, culminando la excelente faena con una soberbia estocada recibiendo, y a sus manos, las dos primeras orejas.
Con el quinto, Jerezano, llegó la faena de la tarde. Tras el buen recibo capotero, Juan José Trujillo y Luis Blázquez, con las banderillas, y Curro Javier como lidiador, se vieron obligados a corresponder al respetable mientras sonaban las notas de la banda de música del maestro Tejera. Brindó el toro al doctor Ramón Vila. “La faena en la muleta fue bestial, contundente, arrebatadora, con detalles de torería excelsos. Se oyeron los oles desgarrados, se vieron lágrimas en los tendidos, aficionados que se abrazaban… la plaza se veía abajo. El toreo se convertía en caricia y las heridas en besos. Torero y toro se mimaban en una obra de arte inolvidable. Había que rematarla con merecida lucidez, y Manzanares volvió a citar para recibir, el toro se paró, otro toque fino y… espadazo sin enmendarse. Aquello era una locura. Dos orejas, los cimientos del toreo tambaleándose, la afición mundial mirando a Sevilla y un torero de época que volvía a reordenar las ferias y las fechas. Para quien haya estado en la plaza, una inolvidable tarde de toros. Manzanares ha vuelto a reventar los cerrojos del toreo”.

Tras cortar las dos orejas, Manzanares se fundió en un emotivo abrazo con su padre y maestro entre el clamor del público, poco antes de volver a cruzar el umbral de la la Puerta del Príncipe.
Nuestro director, José Luis Benlloch, resaltaba en su Pincelada el suceso: “Lo de Manzanares ha ido claramente más allá de las cuatro orejas y de la Puerta del Príncipe. La dimensión real de ese hito hay que situarla en su expresión artística, en su creatividad, en la fortaleza técnica apenas perceptible por la belleza de sus obras, en el porte y en la solemnidad de su toreo, pero sobre todo hay que valorar la facilidad con la que lo consiguió, en lo sobrado que anduvo para clavar la bandera en la cima”.

