No me puedo figurar a Manolete toreando de salón en la plaza mayor de una población, dándole naturales a un chiquillo de ocho o diez años. Ni saliendo a un escenario envuelto en humo, vestido con traje oscuro y corbata de pajarita, para explicar su temporada. Y quien dice a Manolete, dice a Gallito o a Juan Belmonte, y acercándonos en el tiempo tampoco veo yo a Antonio Ordoñez, a Camino o El Viti protagonizando excentricidades ideadas por sus directores de márquetin, con el pretexto de que “hay que llevar el toreo al pueblo”. Lo cual es un contrasentido como un piano de cola porque la Tauromaquia nace de las entrañas del pueblo y la practican los hijos del pueblo para el pueblo. A parte de que popularizar un arte no es vulgarizarlo, y eso es lo que algunos están consiguiendo con sus grandes inventos del TBO, gracias a los nuevos ricos del toreo que les han confiado su imagen y promoción.
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