Juan García Jiménez, Mondeño en los carteles, había nacido en Puerto Real (Cádiz) el 7 de enero de 1934. Vistió por primera vez de luces en San Fernando (Cádiz) en 1953. "Mi padre -empleado de la familia Terry- me indujo a ser torero. Comprendí que podía serlo por mi insensibilidad al dolor físico y mi capacidad para quedarme quieto", comentaba a nuestro compañero Filiberto Mira, autor de la entrevista. Tras debutar con picadores en junio de 1956 -ese año sólo toreó ocho novilladas picadas-, su carrera estalló en Sevilla en julio de 1957. Cortó dos orejas en la Maestranza, que sumadas a la que logró el siguiente 15 de agosto y a las tres del 28 de septiembre le granjearon ambiente de figura.
El 5 de junio de 1958 se presentó en Madrid, cortando su primer trofeo en Las Ventas el 21 de septiembre de aquel mismo año. La alternativa llegó en Sevilla, el 29 de marzo de 1959, de manos de Antonio Ordóñez y en presencia de Manolo Vázquez. "Cañamazo", de Raimunda Moreno de Guerra, fue el toro del doctorado. Paseó una oreja y, curiosamente, los compañeros de la jornada de su confirmación de alternativa -17 de mayo de 1960- fueron los mismos, cediéndole el maestro de Ronda la muerte de "Bilbainito", de Atanasio.
Poco a poco, su estoicismo y hierática actitud ante los toros -Mondeño ahondó en el estilo estático y valiente de Manolete- le hicieron ganar predicamento entre los aficionados. Sin embargo, el propio torero aseguraba: "No, yo no pude ni siquiera intentar copiar a Manolete, porque jamás lo vi torear. Me ocurrió la primera vez que actué en una plaza que, de inmediato, descubrí que la quietud es lo que más cotiza el público. Después, cuando fui adquiriendo experiencia, aprendí que es con el aguante con lo que más se domina al toro".
Fruto de ese aguante, y de los comprometidos terrenos que solía pisar, fue cogido en numerosas ocasiones. A raíz de uno de aquellos percances, sufrido en Zafra, confesaba: "Esa cornada me obligó a torear con un aparato que me inmovilizaba el tobillo. Esto determinó acentuar más la quietud. Ese aparato ortopédico con el que tuve que torear muchas corridas fue la causa de poder transformar las manoletinas en mondeñinas".
En 1964 abandonó el ejercicio activo del toreo para entregarse a la vida de oración, ingresando en el noviciado de los padres dominicos de Caleruega (Burgos), donde tomó el hábito de la orden el 30 de agosto de aquel año. "Pienso que entré demasiado pasado de edad en el noviciado de los dominicos. Les llevaba diez años o más a mis compañeros de estudios, y como por otra parte ellos y todos me veían más como torero que como futuro fraile, creo que por eso, por una razón de edad, no pude consolidar mi vocación religiosa". El torero había sacado a la palestra de la conversación el asunto de su vocación religiosa, por lo que el periodista aprovechó para incidir en ese aspecto menos conocido del maestro. "Mi pasada por el noviciado fue una etapa muy importante de mi vida. Me sirvió para ahondar en la fe. Creo firmemente en Dios, y por tanto no comprendo la vida sin una fe muy profunda". La conversación transcurría con los libros de su biblioteca como testigos mudos de la escena: "Leer y oír buena música son mis vicios. Como en el fondo mi vocación frustrada es haber sido misionero, es por ello por lo que leo mucho de teología y de filosofía".
Mondeño abandonó el cenobio dominico en 1965 para regresar a los ruedos en 1966. Fue en Lisboa, el 17 de marzo, actuando de nuevo en España en Marbella, el 3 de abril concretamente, con Paco Camino y Manuel Benítez "El Cordobés". Volvió al mismo nivel, triunfando en innumerables plazas -incluida la de Sevilla, en 1967- como si no hubiese aflojado nunca a pesar de haber estado retirado. Asimismo, cortó una oreja en Madrid en 1968, pero la estrella comenzó a apagarse de ahí en adelante. "Me faltó afición y ambición", admitía como justificando el porqué de no haber llegado aún más lejos.
El último paseíllo, trenzado en Elda, data del 20 de septiembre de 1969. A comienzos del año siguiente oficializó su retirada. "El ser -como soy- insensible al dolor físico me ayudó mucho a ser torero, pero espiritualmente soy un hipersensible. Por eso me repugna la insensibilidad de muchos públicos. Casi sólo veo a gusto corridas en Sevilla. La sensibilidad de la Maestranza es reconfortante y maravillosa. Mis dos más gratos recuerdos como torero es haber triunfado en Sevilla -la plaza que mejor comprende a los toreros- y ser ahijado de Antonio Ordóñez", aseguraba quien, para concluir, añadía: "Tengo casa en París, que es una ciudad que por su sensibilidad me encanta. Vivo en París, pero de vez en cuando vengo a este naranjal. Necesito oxigenarme con el cielo y la luz de Sanlúcar la Mayor. Ahora, leyendo, oyendo buena música y recordando que fui torero, soy un ser bastante feliz".
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Mondeño, un estilo inconfundible
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