Las retiradas de los toreros siempre han tenido su liturgia propia a la vez que han sido fuente de leyendas. Tanto calado social tenían que la frase de cortarse la coleta, desprenderse del símbolo identitario de los toreros, que desde Juan Belmonte dejó de ser natural, quedó como un clásico del lenguaje popular cuando se quiere decir que alguien abandona (o debería) una profesión o actividad. La inesperada, muy escenificada y aún más mediática retirada de Morante de la Puebla en Madrid, ha recuperado para el imaginario popular su significado y hasta hace pensar en el milagro de una reconexión de la tauromaquia con la sociedad.
Ante el sunami informativo que ha generado la decisión del genio de la Puebla, cabe preguntarse si los toreros se retiran o los retiran, esa es la cuestión, ¿se van en plenitud artística, momento nada fácil de elegir, como ha sido el caso de Morante o lo hacen por falta de contratos?; ¿les echa el público con su exigencia o con su displicencia (ya no acude a su reclamo) o les echa el toro que comienza a ganarle la partida demasiadas tardes?… hay casos en la historia para todos los apartados, las hay que tienen lugar en la más absoluta discreción, se ha ido en silencio se suele decir, sin ceremonias ni agasajos, de la misma forma que hay retiradas inesperadas, por sorpresa, y las hay anunciadas (recaudatorias de los últimos réditos), las hay también que son definitivas y las hay (muchas) temporales y estratégicas incluso que obedecen a intereses comerciales, por no citar las frustradas, aquellas que, aunque planeadas en la intimidad, el infortunio hizo que no llegasen a producirse, como serían los casos de Sánchez Mejías, Manolete o Paquirri. El caso Morante ha reunido los mejores ingredientes, se ha ido en lo más alto, desde donde nunca había alcanzado estar, se ha ido por sorpresa y deja abierta la incógnita (que hablen, que especulen, que siga viva la leyenda, que crezca) de si ha sido fruto de su trastorno disociativo que le afecta desde hace varios años y cuyo tratamiento médico es incompatible, la enfermedad que los seguidores llamaban depresión o atribuían directamente a su reconocida genialidad. Sea lo que sea, se ha ido a mayor gloria del propio Morante y del toreo. Desde el día de la Hispanidad de 2025 los aficionados ya sueñan con la vuelta.
De Lagartijo a El Cordobés, nadie, ni Ordoñez ni Antoñete ni los adioses inacabados de Sánchez Mejías o Manolete alcanzaron su resonancia
En la historia ha habido retiradas de todos los estilos y motivos. Uno de los adioses más relevantes fue el de Lagartijo el Grande, que en 1893, huyendo de la presión de los aficionados que le pasaban factura por su larga hegemonía, se anunció en cinco despedidas continuadas en las que estoqueó seis toros como único espada, Valencia, Zaragoza, Bilbao, Barcelona y Madrid (ninguna en Andalucía pese a su nacimiento cordobés o quizá por eso mismo) en lo que fue todo un acontecimiento social en las cinco ciudades; Rafael el Gallo, que también tenía sus rarezas de genio, se fue y volvió tantas veces y con tanta informalidad que se granjeó la enemistad temporal de su hermano José. Juan Belmonte, otra personalidad deslumbrante, tras retirarse en 1922 en Lima de donde era originaria su esposa con la que se casó por poderes ante el estupor, cuenta Chaves Nogales, de todas las matronas de Triana. Volvió tres años después al reclamo de una exclusiva que le hizo Pagés por una cantidad que desbordaba todas las cifras imaginables en la época. Tras varios escarceos en corridas sueltas y festivales benéficos, finalmente acabó con su vida cuando (asegura la leyenda) no podía valerse por sí mismo en lo que habían sido sus pasiones más personales.
Javier Arroyo
Ignacio Sánchez Mejías, Manolete, El Cordobés, Antonio Ordóñez, José Tomás, Ponce… en realidad, la mayoría de las figuras protagonizaron sonadas despedidas. En cualquier caso, nunca en la historia los toreros duraron tanto tiempo en activo como en las últimas décadas, seguramente porque se hacían ricos antes, porque el toro era más exigente y les empujaba al adiós o porque los públicos se cansaban también antes y pedían novedades. Como ejemplo de fugacidad, El Litri, que se retiró de los ruedos por primera vez en la misma plaza, Valencia, la tarde en la que se cumplían dos años de su alternativa, 12 de octubre de 1952, doctorando a Pedrés. Tres años después reaparecía para volverse a retirar dos años más tarde y volver en 1966, en total no estuvo en activo más que siete años, menos de los que necesitaron muchas de las figuras actuales para asentarse en el escalafón.
Las retiradas de los toreros no tienen excesiva credibilidad y la mayoría acaban volviendo. Lo hacen por motivos diferentes, porque no se acostumbran al anonimato, porque no saben hacer otra cosa o por necesidad económica. Han sido muchos los que tras decir adiós con toda la prosopopeya del caso, poco después han dicho buenas tardes. Antoñete fue uno de ellos, tras varias temporadas en el ostracismo por falta de contratos volvió en 1981 para vivir su época más triunfal en la que se convirtió en todo un icono del toreo, de la bohemia y la movida madrileña, ahí está el poema de Sabina como demostración de la admiración que generaba el torero del mechón entre la progresía del momento. Su retirada de 1985, que estuvo muy anunciada, con corte de coleta incluido, tuvo lugar en la misma plaza de Madrid donde Morante le inauguró un monumento la víspera de la que sería la sorprendente retirada del sevillano. En el centro del ruedo, entre sollozos del propio torero y de la afición, su cuñado, conserje de la plaza y tutor del diestro en las penurias de la posguerra, le quitó el añadido. Naturalmente el maestro volvió a vestirse de luces y lo hizo hasta que los pulmones muy castigados por su perenne pitillo le dijeron basta una tarde en Burgos en la que pareció morirse frente al toro.
Despedida inesperada, una auténtica sorpresa que causa gran efecto en el mundo del toro fue la de Antonio Ordóñez en 1962 en la plaza de toros de Lima. Entre bastidores siempre se achacó semejante decisión a la llegada de El Cordobés con el que nunca llegó a torear vestido de luces. Volvió en la campaña de 1965 con una exclusiva millonaria que le firma su amigo y admirador José María Jardón, empresario de Madrid, cabeza del grupo empresarial más potente, seguramente, de todos los tiempos. Esa nueva aventura, que sería la definitiva, finaliza una aciaga tarde en la semana grande de San Sebastián de 1971. Al llegar al hotel, cuentan, ordenó que lo comunicasen a través de la agencia CIFRA. Aún habría un nuevo intento en 1981, temporada en la que sus coetáneos Antoñete y Manolo Vázquez tienen una reaparición triunfal en la que se imponen en los mejores carteles de todas las ferias aprovechando cierto bajón de los toreros del momento. El maestro de Ronda, que durante ese tiempo ha toreado todos los años la corrida goyesca de su ciudad que él mismo organiza, intenta reaparecer pero toreando a puerta cerrada para prepararse en la plaza de Benalmádena, un toro le lastima la cadera, intenta superarlo, torea en Palma y Ciudad Real pero tiene que desistir, la trayectoria del maestro en los ruedos había llegado a su fin.
Con tales antecedentes en el ambiente, no puede extrañar que pocas horas después de la retirada de Morante hayan comenzado a surgir dudas y preguntas sobre la condición de la misma y los aficionados se preguntan si es definitiva o solo temporal y hasta se analiza el mínimo detalle de su gestualidad y se hacen juegos semánticos con la diferencia entre cortarse la coleta o quitarse la coleta como ha hecho Morante. Dudas que en algún caso las han provocado desde el entorno más próximo del torero. Su propio apoderado y amigo, el portugués Pedro Jorge Marqués, quien en las recientes crisis mentales del diestro lo acogió en su casa de Portugal para alejarle de los focos mediáticos de España, dejaba caer en las RRSS al pie de una foto de la estocada de Madrid "la penúltima estocada", lo justo para que se hayan disparado las especulaciones sobre duración y condición de la retirada. ¿Será la definitiva, no lo será?... Nadie descarta que si logra superar la enfermedad con el tratamiento médico que este año ha tenido que interrumpir para poder torear, pueda volver en un futuro más o menos próximo. ¿Dos, tres temporadas?... en esa posibilidad radica la esperanza de sus fieles que a estas alturas son gran mayoría. Negar su calidad torera sería cosa de necios.
Litri.- Lo suyo es un ejemplo de intensa y brillante brevedad en activo. Se retiró dos años justos después de tomar la alternativa y en la misma plaza, Valencia. Lo hizo ya rico y famoso. Luego volvería y se retiraría en varias ocasiones sin que la totalidad de las temporadas superase los siete años.
Ordóñez.- El gran maestro se retiró y volvió en varias ocasiones en situaciones muy distintas. La primera vez que se retira lo hace en Lima, en tarde triunfal y envuelto en la admiración general; la segunda retirada llega tras una tarde aciaga en San Sebastián; y el tercero y último intento, en Ciudad Real, se ve frustrado por una lesión previa.
Antoñete.- Tras vivir su mejor época artística en la madurez personal, se despidió en la misma plaza que Morante, en cuya puerta grande el sevillano le promovió un monumento. Volvió temporadas después hasta que la salud, una insuficiencia cardiorrespiratoria, estuvo a punto de costarle la vida en pleno ruedo.
José Tomás.- Sus diversas idas y vueltas a los ruedos siempre estuvieron rodeadas de misterio. Postura muy acorde con su personalidad. Nunca anunció ninguna despedida, pero sí las dejaba entrever y sus feligreses, peregrinaban de una plaza a otra por si acaso era la última aparición. En realidad, nunca se retiró.
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Morante resume el impacto de las grandes despedidas
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