Esta tarde sevillana del 23 de septiembre de 20022 ha marcado un antes y un después. Morante de La Puebla puso La Maestranza boca abajo con las primeras cuatro verónicas de la corrida, un modelo de lentitud, temple y gallardía en el primer toro de su lote y ahí acabo todo porque el toro era ilidiable. Pero luego, en su segundo y cuarto de la corrida, un toro difícil, con acusados ribetes de peligrosidad que no invitaba a romances de valentía ni a florituras de ningún género, reventó la barrera de la lógica jugándose la vida en cada pase en un toma y daca entre toro y torero que convirtió la plaza de Sevilla en un manicomio.
La emoción inundo los tendidos, porque Morante convirtió en arte puro y cristalino hasta las “espantas” haciendo del toro un cómplice de su juego. La plaza entró en ebullición y el arte se adueño del ambiente porque el de La Puebla estaba reinventando el toreo. Ya no necesitaba las embestidas templadas del morlaco para sublimar el toreo, de tal manera que la emoción se desbordó, dando lugar a que la corrida de esta tarde en Sevilla fuera Morante, y cuando eso ocurre con el de La Puebla todo lo demás se desvanece.
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Morante revienta La Maestranza
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