¡Cielos! Qué noche la de aquella tarde en México Distrito Federal, nos moriremos exclamando los que tuvimos la suerte de ser testigos del quintaesenciado arte del genio de La Puebla. Por muchas corridas que haya visto en su vida, no sabe bien hasta qué punto de sublimación puede llegar el arte del toreo.
¿Usted no vio anoche en Movistar-Plus la faena de Morante en la Monumental de México? Pues le acompaño en su sentimiento, porque se ha perdido una inconmensurable obra de arte del torero de la Puebla del Rio. Quizás la más importante de su ya larga vida torera. ¡Quién niega que el arte del toreo bajó del cielo! Morante transportó a otra dimensión a los miles de espectadores que lo disfrutaron “in situ” en la Plaza de Insurgentes y a los que trasnochamos para verlo por televisión. Fue una faena capaz de hacerle apedrear la sotana del antitaurinismo a los que niegan el arte de Cúchares, al que desde ahora habrá que llamar el arte de Morante.
Desde que se abrió de capa todo fue puro sentimiento, inspiración, armonía, temple y belleza. Ni un tirón, ni un gesto de crispación ante los pitones del toro de Teófilo que seguía el capote y la muleta del soberano artista como hipnotizado, mientras los tendidos pedían a voces tratamiento psiquiátrico para salir de su emocionado estupor. ¡Cielos! Qué noche la de aquella tarde en México Distrito Federal, nos moriremos exclamando los que tuvimos la suerte de ser testigos del quintaesenciado arte del genio de La Puebla. Dijo Joselito “El Gallo” que quien no ha visto toros en El Puerto, no ha visto toros. Y yo me atrevo a decir hoy y ahora que quien no vio anoche en la Monumental de México a Morante de la Puebla, por muchas corridas que haya visto en su vida, no sabe bien hasta qué punto de sublimación puede llegar el arte del toreo.
Si el “holandés errante”, el mercenario latinoché y todos los que en Cataluña hicieron hervir la olla de la puñalada a la Fiesta Brava, hubieran estado ayer en el coso de Insurgentes se lanzan al ruedo a sacar a Morante en hombros. O eso, o en la cabeza tienen, en vez de cerebro, un nido de grillos y en el corazón un ladrillo.
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