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La magia de Morante de la Puebla obró en la lidia del primero de Juan Pedro Domecq. Nadie apostaba por un toro que manseó y no se entregó en los primeros tercios pero que terminó embistiendo gracias al hechizo y a las manos del genio de La Puebla del Río, que le supo sacar las buenas cualidades que atesoraba. Pero la espada cayó baja y el premio que merecía terminó esfumándose.
Esa obra de inspiración y técnica del sevillano, y el ramillete de verónicas de lujo de Pablo Aguado al tercero, fueron lo único rescatable de una tarde de escaso contenido marcada por la poca raza del encierro de Juan Pedro Domecq. Como dice el manido refrán, tarde de expectación, tarde de decepción. La quinta de abono, en el objetivo de Agustín Arjona.
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Morante de la Puebla y su mágica varita
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