Por los pelos. Iba a escribir que la tarde, última de la feria de lidia ordinaria que por cierto de ordinaria no tuvo nada, segundo mano a mano del abono...
Juli cortó dos orejas y renunció a la Puerta Grande (27/7/2013)
Castella, arrestoso, torero y honrado (26/7/2013)
Fandiño y Padilla salieron a flote (25/7/2013)
Román triunfa y el palco la lía (24/7/2013)
Por los pelos. Iba a escribir que la tarde, última de la feria de lidia ordinaria que por cierto de ordinaria no tuvo nada, segundo mano a mano del abono, se salvó por los pelos pero no sería exacto ni justo, se salvó por las genialidades de Morante, de ahora en adelante, moranterías, ramalazos genialoides de un tipo de la Puebla del Río al que Dios llamó para esto y que aún sin querer, aún en los momentos en los que le ataca la abulia, torea de locura. Eso fue exactamente la lidia del quinto, una locura, de imposible análisis. O te gusta o peor para ti, o enloqueces con las moranterías o debes acudir al médico o apuntarte a un club de bridge o asumir que eres un tipo raro, raro.
Lo de ayer fue un catarsis colectiva. Los que silbaban encabronados por la ilusión perdida en una tarde que se tambaleaba en la vulgaridad se pusieron a aplaudir como posesos, lo que en el torero era una aparente inhibición de pronto se convirtió en una febril disposición. Consecuencia todo de un manojo de moranterías que abdujeron a la plaza y al propio artista. Si alguien dice que Morante hizo una gran faena no es verdad, al menos a mí no me lo pareció, sobre todo porque en esos casos uno no está para análisis y porque el toro no era para una gran faena, más que una faena fue un manojo de monranterías, pasajes en los que afloró la inspiración, el chispazo, la sorpresa, sobre todo la sorpresa, no saben lo que puede llegar a decidir la sorpresa en el toreo. Le dieron una oreja, despojos, en realidad pareció que se la arrancaban del corazón al presidente, ¡tome usted! pareció decir el usía cuando volteó su moquero sobre la balaustrada del palco. Tan desnortado anda el caballero, al usía me refiero, que acabó dándola cuando los del arrastre, si me permiten la petulancia, cuando los endogaladores ya tenían amarrado el toro al balancín de los rocines. Luego hubo una torera división de opiniones en la vuelta, lluvia de romero, que es una herencia de los curristas que no le sienta nada mal al de la Puebla. En realidad hubo fiesta, pasión, toreo del bueno, imperfecciones, gestos de una sorprendente entrega, mosqueos de una desconfianza impropia, desprecio absoluto de los terrenos y a la geometría, pero sobre todo abundaron las moranterías, esos pellizcos sin explicación que te acaban llegando al alma.
EL MISTERIO DE TALAVANTE Sucedió en el quinto, hasta ese momento la tarde se sustentaba en algo tan etéreo como la esperanza, en la ilusión de lo que puede ser y sobre todo en el oficio de un Talavante que también tiene su misterio y su no sé qué que nadie acierta/acertamos a definir y que no pocas veces acaba ganándote. Ayer mismo. Le cortó la oreja a su primero, un toro de Victoriano del Río, cada matador se trajo sus toros, que de primeras se mostró manso y distraído, con pocas ganas de pelea, en realidad iba a su bola de acá para allá, pero ya se sabe que los toros tienen sus cambios, en ocasiones para bien, y en cuanto tocaron a banderillas fue como si le sonase el despertador en su alma encastada suponiendo que los toros tengan alma que los animalistas dirán que sí. Amante, que así se llamaba, arreó con la cuadrilla de Talavante que no tuvo su mejor día y todo seguido permitió una faena de trago fuerte y emoción larga. No es que embistiese bien pero embistió fuerte y repetitivo, como se ve pocas veces, así que todo lo que le hizo el torero mejoró por la vía de la emoción. Le tragó Talavante, le dejó la muleta adelante, repetía el victoriano sus acometidas, ligaba pases el torero, con la zurda y con la derecha, más mimo con la zocata, más mando, suele suceder, con la derecha, se prolongaban las series y se enardecía el tendido. Premisas de un silogismo cuya conclusión es el éxito. El arranque de faena fue tremendo por la quietud de sus estatuarios más estatuarios que nunca y la anécdota fue una coz del tal Amante que volteó a Talavante, que sin duda en cualquier estadio hubiese sido rioja directa.
Su segundo, cuarto de la tarde, también cambió su comportamiento solo que en este caso a mal. Lo había brindado Talavante al público, algo le vería, pero su logro no fue más allá del aseo y el voluntarismo ante un toro que buscó las tablas y la tierra de nadie. En el sexto, tras la catarsis morantista no entregó la cuchara, es fue su gran mérito y buscó el éxito con fe en un victoriano que, ahora sí, se prestó al lucimiento. Toreó en su mejor línea, dejó a un lado todos esos arabescos y jeroglíficos de los que suele abusar para centrarse en los fundamental, se saltó las degustaciones y picaetes y pidió directamente un segundo, solomillo, con cuchillo y tenedor y nos saciamos. Así que a poco de comenzar había reconquistado las devociones de la parroquia morantista y de los que se habían quedado a mitad. Cortó otra oreja que le franqueaba la puerta grande y se fue con el deber cumplido.
Hay que decir antes de cerrar la crónica que la plaza registró un aparente tres cuartos, que los toros tuvieron una presentación acorde a la categoría de la plaza y del cartel, lo que significa que estuvieron muy por encima de los toros de la víspera, sobre todo los juampedros, y en su conjunto dieron juego desigual. Demasiado mansos los de Juan Pedro, que sacaron nota alta en la mañana y suspendieron el examen final de la tarde. Los dos primeros se pararon a la salida de los picadores y ya no dejaron de parecer muertos vivientes en su deambular por la plaza e incluso el del triunfo de Morante fue un manso de libro, aquerenciado en chiqueros en donde se mostró pacífico y si acaso digamos que toreable. Los tres de Victoriano de Río, con menos nota mañanera, menos presentación, mejoraron la calificación en la plaza. El primero tuvo tomate e interés, el segundo manseó al estilo de sus competidores y el tercero fue a más y tuvo templanza.
Me faltaba decir que Morante hasta llegar a su clímax había pasado un calvario en el que se tuvo que escuchar de todo, seguramente en juicios tan sumarísimos y exagerados como los que determinarían luego su triunfo. Al primero le recetó dos lances dormidos sobre el pitón izquierdo que fueron una maravilla; a su segundo dos muletazos sin más probaturas sobre la mano derecha muy cerrado en tablas cuando arrancó la faena que fueron una delicia; y al quinto un trincherazo monumental en el inicio, el resto fueron pingüis, dudas, abulia y brevedad, naturalmente acompañado de un rosario de improperios incluso en ese quinto, cuando de pronto se le iluminó el alma y el escarnio se transformó en loas. Efectos de las moranterías, privilegios de un genio que hasta sin querer torea de maravilla.
CRÓNICA PUBLICADA EN EL PERIÓDICO LAS PROVINCIAS EL 28/7/2013