De toros no entiende nadie. Ni los ganaderos que los crían ni los toreros que los torean, y mucho menos los aficionados que los vemos desde el tendido. Decía don Álvaro que “de toros no saben ni las vacas”, pero no hay que exagerar, porque un sector del público de Las Ventas sí que debe saber mucho a juzgar por lo que grita y por su facilidad para sacar a pasear el pañuelo verde. Suerte que tienen, porque de entender, lo que se dice entender, quien esto firma está a la cuarta pregunta como cualquier aficionado que no pretenda adornarse con plumas de ganso. Lo que sí he descubierto es una fórmula infalible para intuir, desde que asoma la cabeza un toro por la puerta de toriles, si va a dar buen juego o no servirá ni para tacos de escopeta. Fórmula aplicable en particular a la plaza de Madrid.
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