El toreo se gana o se pierde lejos de los públicos. El toreo comienza a ganarse o perderse en el día a día, en los entrenos, en la búsqueda de fondo, en la soledad. El éxito o el fracaso del torero comienza mucho antes de un paseíllo, muchos días y casi años antes de que se abra el telón y se enciendan los focos tras sonar los clarines. Entonces sólo es una suma de azar, de actitud, de encaje. El torero sale en hombros cuando comienza a caminar pisando la arena convencido de quién es, que sabe, que puede, que siente. Luego, sale o no sale, se cumple el azar o no. Porque, al revés jamás sucede: nadie no convencido de quién es y de qué siente jamás saldrá en hombros de una plaza.
Lea AQUÍ el artículo completo en su Revista APLAUSOS Nº 1963
