La semana tuvo de todo pero sólo una verdad irrefutable en la que recrearse, el arreón de López Simón en Madrid. No lo analicen, no sean cicateros, créanselo que el toreo al fin y al cabo no es más que un acto de fe. Yo me lo creo a pies juntos así me acabe pegando un morronazo. No creo que suceda, lo del morronazo, además lo daría por bien empleado, tantos sinsabores, tantos disgustos, tantas tardes planas contra la propia naturaleza del toreo, que cuando un tipo te pellizca el estómago en una plaza de toros, cuando hay motivos para el disfrute, hay que disfrutarlo o padecerlo como es el caso. Ya saben, un susto encima de otro susto, angustia, ¡este tío qué hace!, ¡que le coge!, ¡joder, joder, joder!… Lo jodido es que al final le acaba cogiendo y aunque a él no parece importarle le cogen demasiadas veces. Los más conservadores e incluso las normas clásicas, dicen que el valor hay que administrarlo que de lo contrario se acaba. Eso ha sido así salvo honrosas excepciones, eso es exactamente lo que dicta la lógica y la prudencia pero como escribía el otro día en Las Provincias, nunca jamás una revolución surgió del conservadurismo. Así que mientras no se demuestre lo contrario, yo creo.
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Mucho listo y una verdad irrefutable
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