Tras torear a lo largo de tres meses siete corridas en Manila y regresar a España, la revista El Ruedo publicó en marzo de 1955 una entrevista con Manolo Navarro para desvelar cómo había marchado su experiencia taurina en Filipinas. “No ha sido una carnavalada”, aseguraba el torero al periodista Santiago Córdoba.
Se trataba de los primeros festejos taurinos en aquella tierra, celebrados en un coso levantado en apenas veinte días con maquinaria americana y con capacidad para doce mil personas. Para que los asistentes entendieran los festejos se instalaron unos micrófonos y dos personas de nacionalidad española iban desgranando los pormenores de la lidia. Y no fueron pocos los espectadores… Tan es así, que la aventura resultó todo un éxito económico: “Fíjate si lo ha sido -le decía el torero al periodista en torno a esa cuestión-, que se abrió un abono para las siete corridas, y antes de que saliera el primer toro ya se habían vendido localidades equivalentes a tres cuartos de Plaza para las siete fiestas”.
Navarro fue agasajado por las autoridades locales, incluido el mismísimo presidente de la República filipina, Ramón Magsaysay y del Fierro, que le recibió en su despacho del Gobierno. También fue capaz de convencer a los miembros de la Sociedad Protectora de Animales, que aunque al principio se opusieron a la muerte de los toros, accedieron para que la Fiesta adquiriera todo su esplendor, según rezaba la información publicada por El Ruedo.
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