No hay guerra buena. No deberían existir, aparte de por razones humanitarias, porque los perdedores siempre somos los mismos: los que no hemos tenido nada que ver con su declaración. El toreo está en guerra. Una guerra sucia e innecesaria que tiene su origen en el egoísmo y la ambición de los que creyéndose con derecho a decidir, sobre el presente y el futuro de la Fiesta, lo único que están consiguiendo es matarla poco a poco. Quienes de verdad son decisorios en un negocio que sobrevive gracias a los dineros de los ciudadanos, no pueden mirar para otro lado ante la egolatría de quienes sólo persiguen su propio beneficio sin sentido de la realidad. La “grandeur” del toreo, que había construido su suntuosa Torre de Babel cimentada sobre arenas pantanosas, corre el peligro de ver ahora cómo los muros que creía fuertes e inexpugnables se vienen abajo estrepitosamente.
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