Parece que bajan más tranquilas las aguas del abolicionismo. Sólo me atrevo a decir parece. Hablo por lo que ha sucedido esta semana. No quiere decir que haya pasado el peligro porque cuando más parece haberse tranquilizado el ambiente general aparecen los tuits de una concejala desnortada y provocan un terremoto de indignación y estupor que te hace preguntar ¡a dónde coño nos han empujado!; o te chorrean de odios y babas una pacífica placita francesa, Chateaurenard; u otro visionario se gasta parte del presupuesto municipal, como si estuviese sobrado de pasta, en prohibir una actividad legal. Pues aun así tengo la sensación de que se ha pacificado el ambiente, que la virulencia que tanto acogotaba a los aficionados días atrás se ha calmado y sólo se altera con casos aislados. Esa ola de pretensiones abolicionistas del día siguiente al 24M que erizaba la piel a cualquiera, parece que ha dejado de ser una pistola en la sien de los aficionados y resistimos. En Valencia, y es un ejemplo que ilusiona, pese a las bravatas populistas de algunos partidos tan aireadas por los medios, los nuevos responsables de la cuestión taurina a nivel autonómico y provincial son perfectos conocedores de la tauromaquia y no sólo no tienen ninguna tentación abolicionista sino que se manifiestan respetuosos y dispuestos a escuchar y a ayudar a los aficionados. Un gran alivio.
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