¡Hombre! Comparada con las de toretes para toreretes, la corrida de Victorino ha sido otra cosa. Por lo menos ha mantenido el interés de los aficionados hasta el final...
¡Hombre! Comparada con las de toretes para toreretes, la corrida de Victorino ha sido otra cosa. Por lo menos ha mantenido el interés de los aficionados hasta el final, por aquello de todavía puede salir el bueno que se sorbe la muleta por abajo y repite y se revuelve como una lagartija, obligando al torero a dar su autentica dimensión, o aparecer la alimaña que como un gato rabioso obliga al torero a sacar el libro de cuentas ajustadas del toreo y el de las mil mejores fórmulas para salir andando hacia el hotel después de pelearse con él. Ni una cosa ni la otra. La mediocridad se impuso. Hasta en lo de Victorino se está imponiendo el toro medio, ese que dicen los entendidos que es como Dios “que aprieta pero no ahoga”. El mejor el tercero, al que Fandiño le cortó una oreja, que le pudo cortar también al quinto sin la tozudez del presidente en ganarse una bronca y en que el vasco diera dos vueltas al ruedo que, según mis cuentas, valen más que una oreja producto de los humores presidenciales. Iván se llevó el mejor lote.
David Mora bailó con la más fea y pese a su entrega y voluntad por encima de todos los imponderables, disfrutó del beneplácito y los aplausos del público pero no pudo tocar pelo. El último era un animal al que le sobraban los cuernos para haber sido una burra mohína, pero hasta ese fue más interesante que los del monoencaste “supercalifragilisticoespialidoso” de casi todos los días, quitado el de los “fuenteymbros”.
