La revolera

Señores de horca y cuchillo

Paco Mora
lunes 05 de agosto de 2013

Debe haber un mercado negro en el que se venden las orejas a precio de oro. Si no es así no se entiende que haya presidentes como el de Santander, capaz de negarle la merecida segunda oreja de un toro de Victorino a Luis Bolívar…

Debe haber un mercado negro en el que se venden las orejas a precio de oro. Si no es así no se entiende que haya presidentes como el de Santander, capaz de negarle la merecida segunda oreja de un toro de Victorino a Luis Bolívar por una faena valiente, entregada, lucida y jaleada, pese a la insistente petición de toda una plaza llena hasta la bandera. Dejemos ya el cuento de que la primera oreja es del público y la segunda del presidente. Todas las orejas son del público que es el único que tiene derecho a juzgar la labor de un torero, puesto que es el que paga una fiesta que sin él no tendría razón de existir. No tiene ningún derecho el poncio del palco para administrar el éxito de un torero que se ha jugado la vida con dos toros del “brujo de Galapagar” pensando seguramente:  “como le he dado la oreja de su primero ya tiene bastante con otra para salir en hombros”. Rotundamente no. Son los espectadores quienes tienen legitimidad para decidir la mayor o menor importancia de la actuación de los toreros.

Esta situación a que están dando lugar esa especie de emperadores romanos que levantan o bajan el dedo pulgar a su antojo, debe ser corregida cuanto antes. No se le puede minimizar o robar el éxito a un artista por un abusivo e injustificado ordeno y mando. Hay que poner fin al protagonismo y la petulancia de determinados señores, imbuidos de una autoridad que no les corresponde. Aquí el único soberano que hay es el público que pasa por taquilla. Escándalos como el de Santander se están produciendo demasiado a menudo. Ahí está el novillero valenciano Román, que ya ha sufrido en dos ocasiones que la fobia o la incapacidad del señor Amado le robe dos puertas grandes en lo que va de temporada. Como si no fuera bastante difícil la profesión de lidiar toros bravos y necesitara ser convertida en una carrera de obstáculos, por la frivolidad y afán de protagonismo de esos semidioses de pacotilla, convertidos en señores de horca y cuchillo por arte de birlibirloque. Hoy le ha tocado a Santander. Mañana Dios dirá…

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