Puede que el primero de los dos triunfos recientes de Miguel Ángel Perera en Madrid, el del 23 de mayo con la corrida de Victoriano del Río, fuera a golpe cantado. Lo ha dicho, contado y escrito mucha gente. Una mera suposición. Puso de su parte el azar: el toro de mejor aire de la corrida -un noble Bravucón I cinqueño de 531 kilos que parecían más por lo cargado de la popa- y, luego, otro que ni carne ni pescado, un Bravucón II de casi 600 kilos y más nobleza que ganas o entrega. En manos de Perera terminaron los dos rendidos, apabullados, extenuados. Pero sin dejar de respirar con el son que distingue la bravura de la mansedumbre. Sea cual sea el grado de bravura. La bravura es una escala musical.