La pincelada

El pintor que cambió la luz del toreo

José Luis Benlloch
lunes 03 de noviembre de 2014

Los cuadros de Sanchis Cortés, un hombre bueno en el mejor de los sentidos, pasaban por estar bien pintados. Eran, son, fácilmente comprensibles. Gustaban por el respeto al toreo, a sus normas y a su realidad pero también por su aire innovador. Nunca fue uno más.
Ha muerto Alfredo Sanchis Cortés (Valencia, 1933-2014) el último grande de la pintura taurina que dio esta tierra. Domingo, Ruano, Reus… y Sanchis Cortés. Cambió los rojos del drama por el azul de la concordia sin que su toreo perdiese emoción o fuerza. Creó el toro guapo e imponente. Descubrió una luz nueva en las plazas y en la capeas y un buen día, a principios de los setenta, llegó a Madrid y triunfó como los grandes toreros, su obra se vendía antes de colgarla en las galerías. Tal fue la aceptación que le dispensaron.

Los cuadros de Alfredo, un hombre bueno en el mejor de los sentidos, pasaban por estar bien pintados. Eran, son, fácilmente comprensibles. Gustaban por el respeto al toreo, a sus normas y a su realidad pero también por su aire innovador. Nunca fue uno más. Podía recordarte a… pero nunca era lo mismo que… escribí en el prólogo de un magnífico libro que escribió Ricard Triviño sobre su obra. No eran cuadros estridentes a diferencia de lo que habitualmente veíamos en las exposiciones taurinas, tampoco recogían dramas, ni tragedias, era más bien la pintura del triunfo, del toro en libertad y también de la anécdota. Aquel niño brindando al Cristo de los Faroles, hizo fortuna y provocó decenas de plagios sin que ninguno lograse aproximarse a su encanto. Era su cuadro preferido, que por cierto nunca pudo recuperar por mucho que lo intentó. La suya nunca fue una pintura cerrada ni mucho menos quieta, era como si diese opción a que cada cual rematara cada obra a su gusto.

Llamó mucho la atención que Alfredo cambiase los rojos más aguerridos por los azules más conciliadores. Como cada pintor importante, tuvo su toro. Fue un toro guapo pero también imponente, diría que síntesis del toro que reclamaban los aficionados del momento. Le gustaba pintarlos en el campo y siempre cargados de dignidad, revestidos de un lirismo que no tuvo el toro en ningún otro pintor. Era un toro al que había que temer y amar.

En cuanto a los toreros, su obra huyó de los modelos concretos aunque resaltan dos nombres, lógicamente los dos valencianos y ambos muy influidos en sus expresiones artísticas por la luz del Mediterráneo que tanto acompañó también su obra. Uno fue Enrique Ponce del que plasmó su tauromaquia en su última etapa como pintor, el cuadro donado a la Diputación por el autor, estuvo colgado en el museo taurino hasta que lamentablemente desapareció y el otro, José María Manzanares, maldita coincidencia en sus muertes, que le inspiró una de sus pinturas más representativas, seguramente su primer aldabonazo en el mundo del toro, al que llegó siendo ya un acreditado acuarelista e ilustrador. Representaba un pase de la firma de Josemari luciendo un terno barquillo y oro, que venía a resumir la tauromaquia elegante, con ausencia de crispación, que tanto persiguió el torero alicantino. La obra, por una serie de coincidencias que quedan en la intrahistoria, estuvo en casa del maestro y la acabó adquiriendo uno de los más fervientes seguidores del torero para disgusto de éste.

INICIO Y CUMBRE

Su experiencia en la pintura taurina se inicia en el vespertino Jornada con los apuntes al natural de las corridas sustituyendo al gran Tonico Ferrer y se interrumpió durante varios años en los que Alfredo trabaja con éxito en el mercado inglés del cómic, ilustra revistas juveniles y libros y alcanza el cénit con González Alacreu ilustrando los cuentos valencianos de Blasco y pintando pescadoras. El éxito le abre las puertas de las grandes salas y vuelve a pintar toros. Fue el momento de su explosión en Madrid, donde cada San Isidro se esperaba su obra con el fervor que se esperaban los grandes carteles de la Monumental, hasta el punto que sus cuadros se vendían antes de colgarse. Su espíritu inquieto y emprendedor le empujó posteriormente a una nueva experiencia, renunció a la paleta de colores y nos regaló la Tauromaquia negra, su última gran aportación.

PUBLICADO EN EL DIARIO “LAS PROVINCIAS” EL 2 DE NOVIEMBRE DE 2014

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