La revolera

El mago de Plasencia

Paco Mora
viernes 08 de octubre de 2010

Estábamos incómodos los aficionados. Íbamos y veníamos en busca del arca perdida del toreo. Y lo que es peor, con pocas esperanzas de encontrarla. Pero miren por dónde, la teníamos más cerca de lo que pensábamos…

Estábamos incómodos los aficionados. Íbamos y veníamos en busca del arca perdida del toreo. Y lo que es peor, con pocas esperanzas de encontrarla. Pero miren por dónde, la teníamos más cerca de lo que pensábamos. Indiana-Mora, nos demostró, el sábado día 2 de octubre, que el Santo Grial de la tauromaquia lo tienen los que saben moverse por los ruedos con ese bien escaso, intangible y milagroso que es la torería. Tan fácil como eso. Y tan imposible para los que, como dice Paula, no pillaron ni una bolita de esas que tira al aire el hada madrina del toreo. Llegó Juan Mora –bienvenido tocayo- se puso allí, hizo así, soltó los brazos con temple, plasticidad y valor del bueno, que es el que hace falta para que el toreo nazca en las muñecas como un milagro que hace subir la emoción a la garganta. Y al remate de uno de sus naturales interminables, lio la muleta y le colocó la espada en el hoyo de las agujas a su primer toro con la misma naturalidad que Cervantes dejó la pluma de ganso en el tintero cuando terminó de escribir el Quijote. Y estallaron Las Ventas, y  las dos orejas fueron a parar  a las manos del hijo del Mirabeleño. A ver si ahora resulta que el mago de Plasencia es una revelación. ¡Como si no llevara casi treinta años de torerazo en el cuerpo! Teníamos que sufrir el sota, caballo y rey de tanto oficinista que a las cinco de la tarde –la hora lorquiana- se coloca los manguitos y se pone a trabajar, para que Las Ventas, con su innegable autoridad, proclamara que el toreo es otra cosa, que es un arte, y la torería una gracia que Dios les concede a muy pocos. Curro Díaz y Morenito de Aranda se contagiaron y completaron la tarde dándole al milagro dimensión histórica. Tardes como esa son la mejor manera de defender nuestra libertad de aficionados a los toros. Está demostrado que cinco minutos de torería hacen más por el toreo que todos los discursos, comunicados y entrevistas ministeriales.

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