Cuando más alto era el estado de éxtasis, llegaba un volteretón de los de tentarse el futuro para que quedase bien claro que no hay gloria que veinticuatro horas dure y que nada en el toreo, ni siquiera en Bilbao, es infalible ni mucho menos eterno.
La de este año ha sido una feria con acusados dientes de sierra lo que le ha añadido tensión y despertado a partes iguales satisfacción y lamentaciones. Cuando más alto era el estado de éxtasis, llegaba un volteretón de los de tentarse el futuro para que quedase bien claro que no hay gloria que veinticuatro horas dure y que nada en el toreo, ni siquiera en Bilbao, es infalible ni mucho menos eterno. Marcada por el juego y la presentación de los toros, la feria fue un tobogán de sensaciones: gran toro del Puerto, gran corrida de Jandilla con cuatro toros nada menos para enorgullecerse y para hacerse ricos; gran fiasco, de drama, los juampedros; torera la corrida de Garcigrande con dos toros de éxito; decepcionante la de Bañuelos que seguramente adelantó un año su gran sueño de lidiar en Bilbao, esa corrida con el cuajo de los cinqueños a buen seguro hubiese sido otra cosa; buena, lo que merece Bilbao, la corrida de Alcurrucén; y una buena victorinada con todo lo que ello implica, excelente presentación, interesante juego y escasas facilidades. De todo ello cabe sacar una lección por si alguien lo olvida, del toro de Bilbao, de la seriedad y el cuajo, no hay que apearse así lo ordene el sursum corda del toreo, salvo riesgo de caer en traición.
BILBAO I.- El ambiente y sus personajes
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