ENCUENTROS CON JOSÉ LUIS BENLLOCH.- ÁNGEL PERALTA (I)

“Las corridas sin muerte las considero un tanto egoístas”

“Al toro le hemos puesto nobleza y le hemos quitado fiereza y no transmite la emoción necesaria. Eso influye a la hora de generar interés. Para transmitir, el toro debe repetir las embestidas, pase a pase no se llega a ningún lado”
José Luis Benlloch
lunes 15 de febrero de 2016

-Yo no he perdido la ilusión ni desespero. No creo que la Fiesta se vaya a perder, no veo una España sin toros.

Me lo ha dicho de un tirón. Con la contundencia del creyente, con la autoridad que da ser unos de los grandes referentes de la Tauromaquia más romántica y más animalista.

-En algún sitio aislado puede sufrir, pero no contemplo la desaparición del toreo en España ni mucho menos como algo definitivo.

-La presión mediática y social es fuerte, en realidad es un tormento.

-Es cierto. El problema de fondo, lo que agrava todo, es que falta cultura taurina. Eso implica también que faltan conocimientos. Para gustarte algo tienes que conocerlo. La Tauro­ma­quia la han declarado cultura pero no la han desarrollado como tal. Tú sitúas delante de un Velázquez a un iletrado e incluso a alguien sin nociones de pintura y probablemente no aprecie su valor o ni siquiera le guste. Pues con el toreo es lo mismo.

-¿Y el momento artístico que cuenta y mucho?… ¿Ves buenos toreros en estos momentos?

-Sí, sí, claro. Las diferencias con los de otras épocas las marca el toro. Cada época tiene su toro y consecuentemente sus toreros. El toro de ahora, más noble y quizás menos bravo, permite confiarse más al torero y es como más limpio. En épocas anteriores exigía más capacidad lidiadora. Los toreros no son ni mejores ni peores, son diferentes, son los que pide cada toro.

-Ahora todo resulta más cómodo.

-Tampoco diría eso. Ahora se les exige una cantidad de pases y una perfección que no se exigía antes. Pero… yo personalmente le doy mu­cha importancia a la lidia y ahora se lidia menos. Si no hay una faena brillante porque el toro no la tenía pero se le ha dado la lidia adecuada, para mí es un éxito. En ese sentido un torero puede tener un gran triunfo sin hacer faena o puede por el contrario hacer faena y dejarte cierta insatisfacción emocional.

-¿Todos esos conceptos sirven para el toreo a caballo?

-Pues sí. Torear es engañar al toro sin mentir, con la verdad por delante y se puede hacer, se debe hacer, tanto a pie como a caballo. Torear a caballo algunos piensan que es clavar banderillas pero eso es sólo un símbolo, el toreo a caballo es mucho más. Las suertes deben ser creadas, ejecutadas y rematadas. Lo más difícil en la vida es rematar cualquier cosa. Tú puedes empezar un poe­ma pero lo difícil es rematarlo. Hay mil ejemplos, lo mismo te podría decir del matrimonio, es muy fácil casarse, lo difícil es terminarlo bien al cabo de los años.

-Me gusta el argumento.

-Sirve también para el toro. La bra­vura se mide por cómo acaba el toro embistiendo no por cómo empieza.

-¿Tú has tenido conciencia de torero o los rejoneadores erais otra cosa?

-Sí, claro que tuve conciencia de torero.

-¿Y os reconocían como tal?

-Nos fueron reconociendo con el tiempo. Según el público fue conociendo lo que es el toreo a caballo le fueron dando categoría y reconociéndonos a nosotros.

Estamos en el Rancho El Rocío. En La Puebla del Río. Sede de los Peralta, míticos centauros. Personajes cuya fa­ma desbordó los ámbitos estrictamente taurinos. Hemos quedado con don Án­gel, el tratamiento se lo ganó con una vi­da de leyenda, de tal manera que dices don Ángel y todos saben que es Peralta, rejoneador, ganadero, caballista, letrista, creador, animalista, un adelantado a su tiempo, bohemio en la edad de ser bohemio, emprendedor y creativo, un referente universal en todo lo que significa ca­ba­llo… y arte. Era un encuentro obligado en esta sección y hemos cumplido las dos partes. La actualidad, todas esas no­ticia anti Fiesta que con tanta fruición parecen difundir los medios los últimos días, nos ha llevado a iniciar la charla por donde más duele, la salud de la Tauromaquia.

-El mundo exterior para con el toreo no es favorable pero en cambio al toreo en sí mismo, lo que decimos el mundo del toro, no lo veo mal. España siente el toreo y yo confío en una ley tan natural como la que asegura que las aguas siempre vuelven a su cauce. La Fiesta seguirá adelante. Estoy seguro.

-En esta situación es obligada la autocrítica, al menos es conveniente y habría que preguntarse qué hemos hecho mal.

-Quizás se haya perdido por el camino la emoción del toro. Le hemos puesto nobleza y le hemos quitado fiereza y no transmite la emoción ne­ce­saria. Eso influye a la hora de generar interés. Para transmitir el toro de­be repetir las embestidas, pase a pa­se no se llega a ningún lado.

-¿Todos los males provienen del toro?

-La coyuntura económica actual ha influido mucho, luego hay que reconocer que la Tauromaquia ha tenido poco apoyo de la Adminis­tra­ción para lo mucho que significa el toreo para la nación. Los gobiernos han debido facilitar más la organización y aligerar los impuestos teniendo en cuenta el flujo económico que genera y que es parte de nuestro pa­tri­monio cultural.

-Esa manca viene de toda la vida.

-Es verdad. No ha habido reconocimiento justo para una cosa tan nuestra, tan representativa del país.

-Ni nunca nos hicimos valer.

-Seguramente. El contrapunto a esa realidad es sobre todo Francia. También Colombia. Si comparamos se nota más. En cualquiera de estos países le dan una categoría al toreo, un reconocimiento que no encontramos en el nuestro.

-¿Y los profesionales?

-No han prestado mucha atención a la formación de aficionados, a fomentar sus conocimientos. En el toreo a caballo, que es lo mío, me consta que los aficionados están muy interesados en adquirir conocimientos, en adentrarse en los secretos del toreo y cuanto más conocimiento ad­quie­ren más interés muestran por co­no­cerlo y más y más le defienden.

-Los enemigos hablan del sufrimiento del animal.

-Por ese camino habría que detenerse en todo caso en otros sufrimientos más evidentes. Los insectos que se matan a millones, las moscas que se extinguen con los pulverizadores o las especies a las que castran con el objetivo único de que estén más tiernas cuando se sirvan en la mesa y en cambio de eso nadie dice nada. Lo del toro es un debate ficticio, el toro no sufre.

-Eso habría que argumentarlo.

-Pues es muy sencillo, por qué no sufre un torero, pregunto… pues porque aspira más que teme. Un boxeador lo mismo, aspira más que teme y no le duelen los golpes. Piensa más en el triunfo que en el dolor. La bravura del toro, su ansia de pelea le anula la sensación de dolor. Seguro. Y tampoco se puede juzgar el dolor del toro desde la perspectiva intelectual del hombre.

-¿Te consideras un animalista?

-Naturalmente. Soy un defensor activo de los animales. Te diría que si no hubiesen toreros capaces de enfrentarse a ellos no habría ganadería brava. Los detractores no creo que tengan lástima del toro, no les mueve ese sentimiento, ellos quieren acabar con la Fiesta por su significación.

-Tú has toreado mucho en Portugal.

-Sí pero no soy partidario de las corridas sin muerte. Las considero, desde el punto de vista que estamos tratando, un tanto egoístas. Disfrutan de su bravura pero no son capaces de afrontar su muerte. Matarlos el día siguiente tiene algo de humillación para el toro y tampoco evita el posible sufrimiento, si lo hubiese, si acaso lo prolonga. En frío es cuando pueden dolerle las heridas. A mí me han cogido los toros y en el momento de la cornada no me dolió. Recuerda las imágenes de Paquirri en Pozo­blan­co… cómo es posible esa entereza y esa tranquilidad con lo que llevaba en el cuerpo, sencillamente porque llegó a la plaza con aspiraciones de triunfar. Era tan fuerte esa ilusión que la cornada no contaba para él.

CUANTO MÁS CONOCES, MÁS IGNORAS

-¿Torero, campero o intelectual, artista?… Maestro, dónde hay que situar a Don Ángel, en el campo, en la plaza, en los foros del pensamiento…

-Yo he sido aprendiz de muchas cosas. He vivido tanto, conozco tanto de la vida que necesariamente me con­sidero un gran ignorante. Cuanto más conoces más te das cuenta de lo mucho que ignoras. La meta del artista y de las personas con aspiraciones, y yo las tengo a pesar de mi edad, nunca se alcanza. Es como el horizonte, siempre aparece al frente y nunca se alcanza.

-No te voy a preguntar por la edad, maestro.

-Veinte, es como si tuviese veinte años. Los años están en la ilusión y yo tengo la misma que cuando tenía veinte.

-El concepto artista es quizás donde mejor encaje tu personaje.

-He tenido arte para algunas cosas que he hecho y para otras no. En lo que he hecho siempre he buscado la faceta artística.

-¿Qué es lo que más te gustó hacer?

-Lo primero torear a caballo. Luego curar mis caballos, poder ayudarles, procurar entenderles, descifrar su mirada, no basta con saber que está herido, hay que conocer sus reacciones, sus necesidades, conseguir que se sientan bien…

-Un día escribiste aquello de: Y se amaron dos caballos, mire usted qué maravilla…

-Aquella sevillana dio la vuelta al mundo. Todavía se canta.

-¿Te gustaba escribir?

-Comencé a escribir después de un percance en Lisboa. Me partieron una pierna y entretenía mi convalecencia escribiendo. Fue cuando es­cri­bí esa letra. Hice otras muchas. Manolo Pareja Obregón, que era el ge­nio de las sevillanas, componía la música y yo hacía las letras, hicimos una buena pareja.

Siguiendo esa teoría del horizonte, el mismo que nunca se acaba de alcanzar, un buen día comenzó a parecerle que aquello de las sevillanas le resultaba muy fácil y dio un paso más, comenzó a hacer décimas. La primera recuerda que se le ocurrió en Ronda.

-Llevé una foto mía al museo de Ronda y en la entrega sobre la marcha se me ocurrió hacerle una décima a Ordóñez.

-¿La recuerdas?

-Columnas, sabor rondeño/ An­to­nio Ordóñez de oro/ de negro se queda el toro/ y el capote se hace dueño./ Los sueños sueñan sueños./ Toros. La Plaza de Ronda./ El revuelo se hace honda/ viéndole cargar la suerte/ al humillar a la muerte/ en una gloria redonda.

-¿Ordóñez fue tu torero?

-Ordóñez fue gran amigo mío y una de las figuras más grandes que dio el toreo, sobre todo por la profundidad que le dio él al toreo. Toreó con gran sentimiento y profundidad. Yo también admiré mucho a Pepe Luis. A él antes que a nadie. Cuando lo vi por primera vez me emocionó. Tan endeblito, tan chiquito, con aquella muleta plegada citando al toro en el medio de la plaza… Aquel Pepe Luis, al que tanto respeto tenía Manolete, era algo indescifrable. Luego vino el percance del ojo y ya no pudo ser el mismo. Lo traté mucho, venía al campo con Pepe Díaz a derribar, le gustaba mucho la garrocha. Lo mismo que a Juan Belmonte que era otro gran garrochista. Yo rejoneé con Juan en un festival en la Maestranza.

-¿Nunca tuviste tentación de torear a pie?

-No, nunca. Mi ilusión era el caballo. Me gustaba echar pie a tierra si las cosas con el rejón de muerte no salían, entonces me bajaba, cogía la espada o el descabello y lo aligeraba. Se trataba de acortar el trámite aunque alguna vez se me escapaba algún muletazo bueno. En alguna ocasión incluso llegué a descabellar desde el caballo.

-Siempre decimos que los dos ani­ma­les más bonitos son el toro y el ca­ballo.

-Es verdad, el toro por su bravura y el caballo por su nobleza. Mi admiración está tanto por uno como por otro.

Ha sido una de las carreras más longevas del toreo. Rejoneó más de seis mil toros, puso muchos de los cimientos sobre los que se ha levantado el rejoneo actual. Ganó fama universal y dinero, desde luego más de lo que había conseguido rejoneador alguno hasta entonces y también pagó sus peajes. Un mal día, pongo por caso, en Alicante, un toro mató a su caballo Cabriola. que por aquel entonces se había ganado el reconocimiento de celebridad cinematográfica galopando de la mano de Marisol. El pitón del toro le atravesó el corazón. Ángel quedó muy marcado. En aquel momento, me cuenta, cogió la espada y, fruto de la indignación que sentía, mató al toro con agresividad, como no se debe matar un toro. Se arrepintió al mo­mento y se arrepentiría toda su vida. Sintió tanta pena por la muerte del toro como por la de su caballo. Y de todo aquello surgió un poema.

Muerto quedaste en el centro,

como mueren los valientes,

con la cornada en el pecho

toreando frente a frente.

No tuvo la culpa el toro,

la culpa la tuve yo,

¡que lo desafié en público

con el puñal de un rejón!

Y… él se murió embistiendo,

embistiéndole a la muerte,

como muere un toro bravo,

y ser bravo es de valientes.

¡Adiós “Cabriola” adiós!

A mí me toca esperar,

lo que queda nada vale

que lo que vale se va…

Don Ángel atendió a los caballos desde todos los frentes. Curarles entraba entre las prioridades y a ello consagró tiempo y dedicación de tal manera que muy pronto adquirió gran destreza quirúrgica. Todo comenzó en Barcelona cuando apenas había iniciado su carrera profesional. De la necesidad hizo virtud. Una cornada a uno de sus caballos y la ausencia de un veterinario que le operase, le empujó a buscar soluciones en el equipo médico de la plaza. Por aquellos días comenzaba su andadura profesional el célebre doctor Olivé Mi­llet, hijo de Olivé Guzmán, al que el jo­ven rejoneador suplicó que operase a su cabalgadura.

-El doctor aceptó operar el caballo pero no sabía cómo dormirle, en realidad no había medios. Le dije que no se preocupase, que mi caballo se haría el muerto. Lo conseguí, le pusieron anestesia local y le operó. Salió perfecto. Cuando terminó le di las gracias y le dije que cuando se hace un favor se hace completo. Se extrañó y me preguntó qué quería decirle con eso y fue cuando le propuse que me enseñase, que si me cogían otro caballo y no estaba él no podría hacer nada. Al hombre le hizo tanta gracia que me invitó a su clínica el día siguiente para que viese cómo operaba a sus pacientes. Pasé varios días allí aprendiendo.

Seguidamente entabló amistad, recuerda, con don José Sanz Parejo, catedrático de la Facultad de Córdoba con el que siguió aprendiendo y hasta ideó una mesa de operaciones y puso un quirófano en la finca de tal manera que ya operó siempre a todos sus caballos y a otros ajenos cuando resultaban heridos.

-Hoy los veterinarios están muy avanzados y los hay que operan incluso mejor que yo.

Tal fue la destreza que llegó a adquirir con la aguja y el bisturí que un buen/mal día, en Olivenza, a Susoni, al padre, le pegaron una cornada en la nalga y el médico que era una persona mayor se puso nervioso y don Ángel dio un paso al frente y pidió que le dejasen intervenir sin que el galeno pusiese reparo.

-Pedí que me dejase a mí y le cosí perfectamente.

LOS MEJORES MAESTROS

-Como rejoneador fue un adelantado a los tiempos.

-Yo tuve los mejores profesores que se pueden tener en la vida. ¿Por­que sabes quién te enseña?… quien te critica. Quien te alaba no te enseña nada. De tus amigos te sirve la amistad, pero para aprender te sirven los enemigos que son quienes te ponen faltas.

-¿Y?

-Joaquín Pareja Obregón, Pepe Anas­tasio… comenzaron a la vez que yo pero ellos eran ganaderos y yo no, y en su ambiente a mí no me miraban igual que a ellos. Me ponían muchas faltas. Yo quería innovar, puse los es­tri­bos de plata, el bocado chico, cambié las espuelas, reduje la perilla de la montura y más cosas que daban pie a que se metiesen conmigo. Decían que no era clásico, que si esto o si aquello… Yo escuchaba y cuando creía que tenían razón rectificaba y si no insistía en mi idea. Yo mandaba a los amigos a que se orientasen de qué de­cían de mí. Se metían con las banderillas a dos manos, entre otras cosas, pero como yo sabía que aquello era importante las ponía todas las tardes.

Don Ángel, patriarcal y próximo, sentado en la mesa de su despacho, rodeado de libros propios y ajenos, de trofeos, recuerdos, cuadros estadísticos, mantiene con gran claridad la línea argumental de su exposición.

-Yo rejoneaba a mi manera. Fui garrochista desde muy chico pero no había visto rejonear a nadie, se podría decir que ni sabía de la existencia del rejoneo hasta que un guarnicionero de La Puebla, Cándido Álvarez, llegó diciéndome que había visto a un portugués poniendo banderillas desde lo alto de un caballo y le dije que yo también era capaz de hacerlo y me puse manos a la obra.

Cogió, recuerda, unos bueyes cruzados que tenían para la labor y empezó a darles vueltas con el caballo. Pocos días después le hablaron para torear en La Pañoleta y, sin más bagaje que aquellas probaturas, aceptó, naturalmente. El acuerdo con el empresario contemplaba que él se llevaría el enemigo y se llevó una vaca.

-Era de Anastasio Martín y la tenía un carnicero de La Puebla. La derribé en el campo, la cogí, la trabé, la monté en un carro y la llevé a la plaza.

Se presentaron en la plaza La Pañoleta él y sus amigos. Disponía de dos caballos, uno que se llamaba Favorito y otro que se llamaba Gaviota que había comprado de potrillo.

-Gaviota me costó muy barato, lo preparé y aunque no era bonito salió buenísimo. Juan Belmonte decía que yo llevaba el caballo en una maleta y que al llegar a la plaza lo armaba y rejoneaba.

La experiencia no pudo ser más positiva. Le hicieron publicidad, su nombradía se extendió por todos los pueblos de la zona y fue progresando artísticamente.

-Yo rejoneaba por intuición. Me metía mucho entre las tablas y el toro porque la gente aplaudía mucho aquellos lances, hasta que entendí que eso era un disparate. Porque por un lado había tablas, por el otro toro y por tanto la reunión era obligada cuando las reuniones deben ser creadas.

-¿Creadas?

-Hay que compartir las distancias, no se torea en cualquier terreno. El toro debe estar colocado de tal manera que tenga sitio para embestir y el caballo lugar para no ir al toro. Que el caballo acepte ir al toro, que lo vea venir y lo afronte de frente mide el mérito del jinete. Es necesario convencer al caballo de que el hombre no lo lleva al peligro sino que le va a ayudar a salir de él.

Don Ángel va desgranando los fundamentos del buen rejoneador.

-Primero creí que el caballo iba al toro porque tenía más miedo al hombre que al toro pero luego me di cuenta que convenciendo al caballo de que el hombre no le lleva al peligro sino que le ayuda a salir de él, convertía al jinete en un centauro y ya no había tres voluntades, sólo dos, el centauro y el toro y de ahí podía surgir el arte.

La charla con el Centauro continuó distendida, amena, formativa, creíble… Quedamos la semana que viene.

Fotos: ARJONA

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